«¿Técnicamente, se puede derogar la reforma laboral del Partido Popular?», se preguntó la vicepresidenta Yolanda Díaz en televisión. Y ella misma se respondió. «No. Porque fue una reforma expansiva (…). Por lo tanto, ¿se puede dictar una norma que diga derogamos esto? Pues no».
Estábamos tan felices pensando en la derogación, abolición o anulación y ahora nos viene quien más la promovió y nos la chafa. Desde aquellos tiempos de los socialistas en la oposición en los que nos aseguraron que lo primero que harían al alcanzar el Gobierno sería «derogar la reforma laboral» hasta ahora, habíamos creído que la promesa era posible. Aunque ya nos dejaron ver por dónde iban a circular cuando evitaron apoyar la proposición de ley de sus socios que pedía suprimir «la reforma del PP».
Desde la era Cenozoica, con la excepción de este Gobierno y este asunto, derogar es «dejar sin efecto una norma vigente», como bien recoge el diccionario de la RAE. Y los volúmenes de sinónimos equiparan el término a abolir, anular, abrogar, cancelar, rescindir, suprimir, revocar. Es decir, hacer una derogación es anular lo existente en su totalidad.
Y sabíamos, pese a la insistencia del presidente Sánchez, de la vicepresidenta Díaz y del coro de niños cantores, que esto era materialmente imposible, por una razón tan sencilla como es la de que Bruselas no lo consentiría, como bien dijo reiteradamente la otra vicepresidenta, Nadia Calviño. Pero, quizás por la tranquilidad de Sánchez y Díaz y para mantener entretenido al personal, siguieron con sus juegos de ilusionismo y prestidigitación semántica porque era lo que convenía. Hasta que ya no hay forma de poder seguir disimulando.
Y esto nos ha ocurrido con uno de los asuntos vitales para transformar un deteriorado y cuestionado mundo laboral y con una de las promesas centrales de este Gobierno de coalición. Así que, a partir de ahora, habrá que cuestionar cuanto nos digan o prometan. Porque puede que sigan la idea del burlesco Quevedo, que dijo que nadie promete tanto como el que no va a cumplir. Y cuatro siglos después, por lo visto, su idea sigue tan actual como cuando la escribió.