
Recientemente este medio de comunicación se hizo eco del elevado incremento del consumo de fármacos opioides en nuestro país. Es curioso, ya que hasta hace pocas décadas a los médicos españoles se nos consideró excesivamente cautelosos en su uso, lo que presuntamente tenía como consecuencia un control insuficiente del dolor en nuestros pacientes.
Se ha atribuido este crecimiento en las prescripciones al aumento de la supervivencia de los enfermos oncológicos y al envejecimiento poblacional, lo que conlleva un mayor porcentaje de personas con dolor crónico. A mi juicio, hay además otros motivos implicados que pueden contribuir a explicar este fenómeno y son fundamentalmente dos que están íntimamente interrelacionados.
El primero es que, en los últimos años, se ha comprobado la posibilidad de complicaciones graves con el manejo de determinados analgésicos no opiáceos en determinadas situaciones. Una de ellas es lo que se ha denominado el temido triple whammy. Se ha visto que la combinación de los antihipertensivos más manejada en la actualidad (la familia de los IECA o los ARAII junto con un diurético), administrada de forma concomitante crónica con un analgésico antiinflamatorio (como el ibuprofeno o el diclofenaco), puede producir un triple «golpe sobre los riñones» y así desencadenar una insuficiencia renal severa. Tampoco es despreciable el impacto de estos fármacos en el riesgo cardiovascular y su gastrolesividad, peligros que aumentan con la edad. Por otra parte, hace unos años la Agencia Española del Medicamento advirtió del riesgo grave de agranulocitosis con el manejo crónico de uno de los analgésicos más utilizados, el metamizol (conocido por Nolotil), de ahí que recomiende manejarlo únicamente en períodos cortos y con la mínima dosis eficaz.
El segundo de los motivos es que, en las últimas décadas, han aparecido nuevos fármacos opiáceos seguros y eficaces como el tramadol o el tapentadol, y nuevas formas muy cómodas de administración como los parches de fentanilo, cuyo efecto dura tres días.
En definitiva, ante este cóctel, el tratamiento del dolor crónico en los pacientes con los antihipertensivos anteriormente señalados se ha desplazado (y probablemente aún se desplazará más) de los antiinflamatorios no esteroideos a los opioides, fundamentalmente a las nuevas moléculas, ya que su manejo es más sencillo.
Un dato llamativo: la morfina sigue siendo el opiáceo mayor de referencia, teóricamente el de elección; sin embargo, apenas ha variado su uso en los últimos años.