Celaá, las sotanas y el agnóstico metal

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

J.J. Guillén

09 dic 2021 . Actualizado a las 09:44 h.

La sorpresa política de fin de año, en espera de lo que pase con el rey Juan Carlos, tiene el nombre de Isabel Celaá Diéguez. Si el Vaticano no la veta, será la próxima embajadora de España ante la Santa Sede. Como Paco Vázquez hace unos años, aunque con aspecto de ser menos respetuosa con las creencias y con una diferencia fundamental: a Paco Vázquez le pones una sotana colorada y pasa los controles de seguridad con los guardias santiguándose de la pinta de cardenal que tiene. Ya la tenía cuando era alcalde de A Coruña —en su caso La Coruña—, lo que ocurre es que no nos fijábamos. Y la ventaja de Celaá sobre Vázquez es que encuentra el fantástico edificio de la embajada reformado y habitable, porque Vázquez tiene un amigo y paisano que se llama Amancio Ortega. 

Pero dejemos la memoria histórica para Félix Bolaños y sus leyes. La noticia es que la ministra que sacó del currículo la asignatura de Religión y ganó la enemistad eterna del catolicismo y el nacionalcatolicismo patrio, defenderá los intereses del Estado español ante el Estado vaticano. La noticia siguiente es que Pedro Sánchez inició la repesca de cesados en la última crisis de Gobierno. Y la conclusión política y, por tanto, provisional es que cuenta para ese puesto con Celaá y no, por ejemplo, con Carmen Calvo, que tenía mejores antecedentes de relación frecuente con el estamento eclesiástico, igual que su antecesora María Teresa Fernández de la Vega, que profesaba laicismo, pero se entendía con las sotanas.

¿Y qué va a hacer Isabel Celaá en Roma? Además de lo dicho de los intereses de España como nación, cumplir las órdenes de su Gobierno. Un embajador no tiene política propia; tiene la política del Estado que representa y la política de ese Estado con la Iglesia es la de un Gobierno que ni en su parte socialista ni en su parte de Unidas Podemos se distingue por la excelencia de su fervor religioso y, para más inseguridades, legalizó la eutanasia y defiende un modelo de familia casi herético. Celaá tendrá una relación de simpatía ideológica con el papa, pero estará condicionada por las resoluciones del 40º Congreso del PSOE. Uno de los mandatos de su ponencia marco es justamente revisar los acuerdos con la Santa Sede, antiguo Concordato, con la salvedad de hacerlo a través del diálogo.

Falta saber qué tipo de revisión se quiere, pero no hay más que ver algunas declaraciones para descubrir que ahí está, además de la igualdad de trato a todas las creencias, el vil, agnóstico y mundano metal: la financiación, los impuestos o la inmatriculación de bienes inmuebles. La embajadora Celaá se enfrenta, pues, a un proceso negociador largo, complejo y conflictivo. Y supongo que sabe que la diplomacia vaticana es la más correosa del mundo. Más que la de Putin, dónde va a parar. Paco Vázquez le puede dar lecciones. Pero dudo que coincidan en el objetivo final.