¡Quemad en la hoguera a Vargas Llosa!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Ana Mengotti | Efe

15 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Decir que la obra de Vargas Llosa constituye una de las cumbres de la literatura universal es descubrir el Mediterráneo. Desde sus primeras grandes novelas (La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en La Catedral), Llosa ha mantenido una producción literaria constante y de altísima calidad (La Guerra del fin del mundo, La fiesta del Chivo o Tiempos recios), ha escrito libros de memorias (El pez en el agua), literatura erótica (Elogio de la madrastra o Cinco esquinas), teatro (La señorita de Tacna o El loco de los balcones), ensayo (La verdad de las mentiras o La civilización del espectáculo) y crítica literaria (La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary o García Márquez: historia de un deicidio), y ha mantenido una presencia permanente como corajudo articulista de prensa en defensa de la libertad, la igualdad y la democracia liberal.

El hecho de que esa trayectoria inigualable haya sido premiada con el Nobel es a la postre menos importante que la circunstancia de que cada uno de sus libros sea desde hace décadas un gran acontecimiento literario y de que millones de lectores los esperemos en todo el mundo con la ilusión que solo la gran literatura puede provocar. Yo, que leído y releído toda su obra, creo que si Vargas Llosa hubiera decidido dedicarse a otra profesión el mundo habría perdido a uno de los narradores más fabulosos que cabe imaginar.

En plena coherencia con esa trayectoria formidable, el gran admirador de Víctor Hugo y de Flaubert, primer autor no francés incluido en la colección de La Pléiade, acaba de ser elegido miembro de la Académie Française, honor excepcional, pues será Vargas Llosa el primer inmortal que gana tal condición sin haber escrito en la lengua de Richelieu, fundador de la institución.

A tal decisión se ha opuesto un ínfimo grupo de intelectuales galos que discrepan de las posiciones ideológicas de Vargas Llosa, a quien, ¡como no!, acusan de ser de extrema derecha y de «legitimar posturas que pisotean los valores de la democracia a los que Francia quiere asociarse, como la libertad de expresión, la aceptación de resultados de sufragios y el derecho a defender causas sin arriesgarse a perder la vida».

Como el sectarismo ya no conoce límites, a nadie extrañarán tan delirantes acusaciones, que Llosa ya sufrió cuando un grupo de intelectuales argentinos vetó en el 2011 su participación en la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Pero que cinco personas acusen, desde la cómoda seguridad de sus despachos, de pisotear el derecho a defender causas sin arriesgarse a perder la vida a quien se jugó la suya en una campaña electoral donde los asesinatos formaban parte del juego electoral es más que una indignidad. Es una villanía que muestra bien a las claras el tiempo en que vivimos: el de las fake news y las políticas de la cancelación, que pretenden acabar incluso con la admirable trayectoria de un genio que se sitúa a una distancia sideral de quienes exigen que lo envíen a la hoguera.