
El año pasado por estas fechas mirábamos hacia el 2021 con grandes expectativas: con la vacunación iba a ser, por fin, el final de la pandemia y el inicio de la recuperación económica. La realidad, que suele ser muy terca, vino pronto a desmentirnos.
No han sido muchas las alegrías. Nos hemos dado cuenta de que, si nos relajamos en demasía, regresan pronto los problemas. Porque el coronavirus sigue mutando, siguen apareciendo nuevas variantes que nos colocan una y otra vez en sucesivas olas... Aunque haya menos ingresos en uci y menos fallecidos porque —gracias a Dios— las vacunas han funcionado, lo cierto es que a lo largo del año que ahora termina los contagios y las muertes, dentro y fuera de nuestras fronteras, han sido la tónica dominante.
Así, como quien no quiere la cosa, estamos a las puertas del 2022: vamos a iniciar el tercer año de la pandemia. El 30 de enero del 2020 la OMS declaró que el brote por el nuevo coronavirus era una emergencia de salud pública de importancia internacional (nivel previo a la declaración de pandemia) e instó a los gobiernos de todo el mundo a adoptar de inmediato las medidas necesarias para evitar una catástrofe sanitaria de primera magnitud. La tentación es mirar hacia otro lado, por cansancio y por desesperación.
Como soy un soñador, sueño. Como soy un gran soñador, sueño despierto. Estos días me ayudé con el discurso pronunciado por Martin Luther King en Washington el 28 de agosto de 1963, en el que subrayaba «la urgencia feroz del ahora» y clamaba: «No nos deleitemos en el valle de la desesperación. Les digo a ustedes hoy, mis amigos, que, pese a todas las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño».
Siempre es un buen momento para soñar, mucho más a las puertas de un nuevo año. Y esto es lo que sueño y deseo: que la experiencia que estamos viviendo con el covid-19 suponga el comienzo de otra forma de ver las cosas y de relacionarnos entre nosotros y con la naturaleza. ¡Feliz 2022!