
Anda por las redes una propuesta que consiste en adivinar (tras el covid, el volcán y la guerra) la siguiente desgracia que nos caerá encima como las siete plagas de Egipto. Las dos más populares son el impacto de un meteorito y la llegada de los extraterrestres. Pero ahora, con la huelga del transporte, nos damos cuenta de que nos habíamos dejado la tragedia mayor, la más descabellada, la que, como Dante dice que se anuncia en la puerta del averno, proclama: abandonad toda esperanza. Ya lo habrán adivinado ustedes, se trata de la paralización de nuestra fábrica de cerveza. Estrella Galicia interrumpe su producción, que es la gasolina del alma. Yo no sé si los transportistas han medido bien sus acciones. Esos que salen en los telediarios explicando que jamás en su vida han cortado una llanta, que están en contra de la violencia, esos de la excusatio non petita. El pueblo es bueno, comprende y ayuda, pero no tiene paciencia infinita. La cerveza es una línea roja.
Los propietarios de los camiones no pueden pagar el combustible. Pues que no los saquen a la calle. Eso se llama huelga. O que los saquen a la calle en fila india tocando la bocina. Eso se llama manifestación. Pero que no pinchen neumáticos ni corten autopistas, que no quemen ruedas ni, ya puestos, camiones. Sobre todo los camiones de otros. Eso se llama delito y no hay ley de huelga que lo ampare. Los piquetes informativos son como los curas de los colegios de mi infancia; te informan ahora como te enseñaban antes: a bofetadas.