Atardeceres

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

ANA GARCIA

11 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

No seré yo quien cuestione la extrema belleza de una puesta de sol contemplada desde el mirador de San Nicolás en el conjunto de la Alhambra de Granada. El ocaso vespertino que provocó que el joven Boabdil se deshiciera en lágrimas, y estableciera la síntesis del adiós a su reino. Fue una despedida entre el lusco y fusco de una tarde en la que el hijo de la sultana Aixa, llevó al exilio el crepúsculo que se quedó para siempre en su mirada.

El mismo atardecer del que el presidente Clinton pudo disfrutar varios siglos después.

Y sin ánimo de chovinismos simplistas, quienes asistimos al suicidio del sol en la mar atlántica donde el mundo se llama Finisterre, sentimos el «síndrome de Stendhal» ante la sublime belleza de la puesta de sol; podemos dar fe de sus atardeceres.

Finisterrae, donde el mundo se acaba, el solpor que tan bien describió Plinio y de la que dejó constancia Estrabón cuando en el siglo primero después de Cristo las legiones romanas del general Décimo Junio Bruto se estremecieron ante la visión de la ignota mar oceana en el lugar mas occidental del mundo conocido, asistiendo a la ceremonia de un atardecer cuando el astro decidía acostarse en el lecho de la mar.

Núñez Feijoo fue testigo en varias ocasiones de tan bello fenómeno, y así lo hizo saber desde la Alhambra, después de dejar atrás el Albaicín.

No comparó atardeceres que para eso estaba el perito en crepúsculos, el crepuscular presidente del PSOE granadino, un tal Pezzi, que se «escandalizó» de la apreciación del líder popular y lo insultó torpemente («tontopolla») añadiendo un adjetivo de menosprecio antiguo y viejuno: cateto.

Todos los atardeceres reúnen una belleza primigenia, esencial. A mí particularmente me emocionan los que tienen a la mar como escenario, aunque no soy ajeno a los que podido disfrutar desde las colinas romanas, y desde el Quirinal.

A esas horas entre lusco y fusco, una brisa melancólica acompaña la despedida del sol y la llegada de las sombras que anticipan la noche. Melancolía que se acomoda en mi retina y en mi corazón escribiendo mensajes de un paraíso, miltoniano, perdido.

Y entonces fui consciente que al final del camino está siempre Finisterre/Fisterra.