
Lleva la inflación meses horadándonos el bolsillo. Carcomiéndonos el presupuesto. Con más inquina en el caso de los más vulnerables. Pero golpeando también duro en la, más que vapuleada ya por la crisis anterior, clase media. Aumentando esa sensación de empobrecimiento que en nada anima al consumo, vital, ya saben, para engrasar la maquinaria de la economía. Lo han puesto negro sobre blanco las últimas cifras del Banco de España relativas al PIB. Las del primer trimestre: un triste avance del 0,2 %, tras el que se esconde un paso atrás —varios, más bien— del consumo de los hogares. Del 2 %. En euros estamos gastando más. Pero comprando menos. La impía inflación, que no amaina. Esa a la que el presidente Sánchez y su Gobierno, envueltos ahora en la bandera de la defensa de los más vulnerables y de la clase media trabajadora, pretende pararle los pies. Difícil tarea. Titánica, diría yo.
Sobre la mesa, 15.000 millones. Los 9.000 del plan aprobado este sábado y los 6.000 del de marzo. De gasto público y de merma en la recaudación. El equivalente a algo más de un punto del PIB. Con el objetivo, dijo el presidente, de comerle 3,5 puntos al avance de la inflación. Para que no se desboque hasta el 14 o el 15 %. ¿Será suficiente? No lo parece. Primero, porque subvenciones a los precios como los famosos 20 céntimos por litro de carburante duran lo que duran. Lo que el agua en un canasto, que decía mi abuela. Las engulle el mercado en un visto y no visto. Segundo, porque tampoco parece que lo de rebajar el IVA de la luz del 10 al 5 % vaya a ser el remedio que todo lo cura. Como no lo está siendo el tope al gas, la madre de todas las medidas. Hasta la propia Teresa Ribera lo reconoce. «Con rebajas fiscales no se resuelve el problema», dijo hace nada la vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica. La misma que no hace mucho aseguró en el Senado que lo de bajar el IVA de la luz no era más que «cosmética». Pero eso fue antes del varapalo andaluz.
Sea como fuere, tiene razón Ribera en eso de que no va a atajar el problema. Para eso hace falta más. Mucho más. Como una reforma en profundidad del mercado eléctrico. Palabras mayores. Y más con Bruselas de por medio. Aunque la esperanza no hay que perderla. Y ya ha dicho la Comisión Europea que puede que haya llegado el momento de hacerla.
En resumen, que las adoptadas hasta ahora son medidas paliativas que no atacan la raíz del problema. Pero, como diría otra vez mi abuela, menos da una piedra. No se consuela...
Lo malo es que con el otoño a la vuelta de la esquina —sí, ya sé que el verano aquí todavía no ha llegado— y el más que probable agravamiento de la situación con los vetos al petróleo y el gas rusos, todo apunta a que habrá que poner más carne en el asador. Y las cuentas del Estado, ya les aviso, no están para alharacas.