La guerra en Ucrania: un enfoque ecológico-social

Alberto Saco DOCTOR EN SOCIOLOGÍA Y PROFESOR EN EL CAMPUS DE OURENSE

OPINIÓN

SERGEY KOZLOV | EFE

27 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Se han vertido ríos de tinta con motivo de la agresión militar protagonizada por la Federación Rusa en territorio de la república de Ucrania. No es de mi interés profundizar en los diversos tipos de análisis (geoestratégico, histórico, económico, político o ético) ya realizados. Más bien me dispongo a visualizar el fenómeno de la guerra desde una perspectiva socio-ambiental, que presenta regularidades históricas y obedece a una cierta lógica.

Ya en los años 70, el informe del Club de Roma presentaba unas conclusiones basadas en simulaciones por ordenador proyectando las consecuencias futuras del modelo de desarrollo de la época. Los resultados no dejaban de ser inquietantes: escasez de agua potable, alimentos y recursos naturales, contaminación, y un largo etcétera que no presagiaba nada bueno.

Una década más tarde, un informe del Pentágono pronosticaba que, para el fin del milenio, habría una alta probabilidad de confrontaciones militares por el control de los recursos (cada vez más escasos). En este escenario habría que enmarcar la invasión de Irak del 2003, más allá de las diferentes posturas ideológicas, éticas o jurídicas.

Las proyecciones realizadas por Naciones Unidas nos hablan de una población mundial estable a mediados del siglo XXI, con unos 9.000 millones de habitantes.

La cuestión no es si el planeta puede llegar a soportar ese volumen de población (que sí puede). El problema es que podamos afrontarlo con las organizaciones sociales y mentalidades heredadas del pasado siglo. Un individuo del mundo desarrollado consume veinte veces más energía que uno de un país en desarrollo.

Por otra parte, la capacidad de los estados para intervenir en la economía está muy mermada. Así que llevamos décadas inmersos en un inmenso problema de gobernanza (a escala estatal, regional y global).

El impacto de la pandemia sobre las organizaciones sociales ha sido enorme. El aumento vertiginoso de los trastornos mentales, los suicidios y las tentativas —ilusorias, a mi entender— de volver a las viejas rutinas indican que gran parte de la población (y de sus élites) están aún en fase de negación. No hace falta elaborar una complicada teoría de la conspiración para explicar lo que está sucediendo. No hay mayor conspiración que la realidad, y esta es muy tozuda. Y de sentido de la realidad vamos muy escasos. La confrontación bélica asoma en todas las zonas de fricción entre las llamadas «civilizaciones». Ahora mismo es Ucrania, pero de seguir así mañana serán Taiwán, el Caribe u Oriente Próximo.

De ahí que haya surgido un conflicto más propio del siglo XX en las fronteras de la Unión Europea. Por la desincronización entre élites, agendas y posiciones tomadas ante la incertidumbre que genera la ya denominada «era post-covid». Con Rusia ya no hay dudas. Estados Unidos no está en su mejor momento (y viene de muy atrás). Y China es un gran enigma por resolver. Es un consuelo y un privilegio vivir en Europa.

Esperemos lo mejor y estemos preparados para lo peor.