
Todavía estoy estupefacto por lo ocurrido en la valla de Melilla. Al dolor provocado por ver esas decenas de cuerpos amontonados sin que nadie les echara una mano, se une el cinismo del presidente del Gobierno, primero alabando la acción de la gendarmería marroquí y ahora diciendo que no había visto las imágenes; cinismo y ridículo el de Irene Montero, el lunes y ayer; cinismo sobre cinismo, lo dicho también ayer en el Congreso de los Diputados por Grande-Marlaska. Estos son los mismos que montaron el espectáculo guay del Aquarius en el puerto de Valencia hace cuatro años.
Las preguntas se amontonan, con un denominador común: dónde queda la dignidad humana. No soy yo de manifestaciones, creo que en toda mi vida he asistido a dos, ambas en mi juventud (y acabo de cumplir 56 años), pero si se convoca una para rechazar tanto cinismo, ahí estaré. El deseo de pensar y gestar un mundo abierto no puede quedar en meras palabras, los ciudadanos tenemos que despertar y decir basta ya a un Gobierno que ha traicionado todos los grandes valores y principios de una sociedad democrática. Los políticos están para resolver problemas; no para agrandarlos. Recordando un magnífico discurso del presidente y editor de este periódico, hay que decir: «Es hora de reaccionar, de revolverse contra la resignación». Porque al asunto aquí tratado se suma lo de Indra, lo del INE, la inflación desbocada, etcétera.