Durante la pasada primavera se ha conmemorado el cuarenta aniversario de la adhesión de España a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y se acaba de celebrar en Madrid una cumbre de esta gran organización defensiva occidental. Con este motivo, se ha reflexionado ampliamente sobre los beneficios que para España se han derivado de su permanencia en la OTAN durante cuarenta años. Desde un punto de vista general, esos beneficios podrían resumirse en el elegante lema latino de la organización (Animus in consulendo liber, o «el debate en libertad»), con el que el historiador Salustio se refería a una de las virtudes que explicaban la fortaleza de la vieja Roma: la posibilidad de debatir libremente sobre los asuntos públicos. El lema se introdujo a finales de la década de los años cincuenta del pasado siglo, siendo secretario general de la OTAN el socialista belga Paul-Henri Spaak, y entonces su significado era claro: que en las democracias liberales de la Europa occidental el debate político no se viera nunca constreñido por la amenaza de la Unión Soviética. No será necesario recordar que en los últimos meses la guerra de Ucrania ha hecho que el lema clásico de Salustio recobre toda su virtualidad inspiradora.
Pero aquí querría más bien referirme a dos beneficios concretos que han resultado de nuestra adhesión a la OTAN: la posibilidad que a partir de 1982 se le brindó al socialismo democrático español de occidentalizarse plenamente y de distinguirse con claridad de los comunistas; y la tan positiva transformación que nuestras Fuerzas Armadas han experimentado desde entonces.
Los partidos socialdemócratas europeos tardaron en ver las ventajas de la organización internacional. La Sociedad de Naciones de 1919 les pareció una especie de nueva Santa Alianza, es decir, un pacto entre fuerzas reaccionarias. Tampoco fueron especialmente activos los socialdemócratas en la promoción de acciones preventivas frente a la amenaza nazi, aunque, ciertamente, tampoco lo fueron muchos conservadores. En todo caso, cuando a partir de 1947 quedó claro que los soviéticos no iban a tolerar ninguna forma de socialismo democrático en los países del Este, los socialdemócratas occidentales habían aprendido la lección y apoyaron la constitución de la OTAN en 1949. Como recapitulaba Paul-Henri Spaak diez años después, tras referirse a los precedentes del período de entreguerras: «Unirse a tiempo para asegurar la paz, a fin de evitar tener que unirse tardíamente para ganar la guerra: he aquí el pensamiento fundamental que inspira la Alianza Atlántica».
Las peculiares circunstancias de la historia contemporánea de España hicieron que los socialistas españoles tardaran algo más en aprender la lección. Mi padre, Leopoldo Calvo-Sotelo, a cuya decisión como presidente del Gobierno se debe la adhesión de España a la OTAN, lo describió así en sus memorias: «La incorporación de España a la Comunidad Europea y a la Alianza Atlántica ha sido el final de nuestra larguísima decadencia histórica y el principio de una manera nueva de ser español. UCD lo supo ver así en 1981; el PSOE necesitó cinco años más, pero parece haberlo entendido ya. Este es el sentido último de la polémica atlántica». Afortunadamente, a día de hoy podemos confirmar que el PSOE está totalmente comprometido con la OTAN y ello sigue constituyendo una importante diferencia que lo separa de la extrema izquierda.
Dar cuenta de la mejora de nuestras Fuerzas Armadas desde la adhesión de España a la OTAN en mayo de 1982 llevaría mucho tiempo. Hay, sin embargo, en esa transformación positiva dos conceptos fundamentales, estrechamente vinculados entre sí, que son los de formación e internacionalización. Veamos un dato verdaderamente revelador: desde la evacuación del Sáhara español en 1975, no tiene lugar el despliegue de una unidad del Ejército en el exterior hasta 1991, en el marco de la primera guerra del Golfo. Y a partir de ese momento se produce, casi año a año, la participación de las Fuerzas Armadas españolas en las operaciones de la OTAN, que se describen en el libro 40 años de participación activa de España en la OTAN, recientemente publicado por el Ministerio de Defensa.
De esa participación resulta una mejora en la formación de nuestras Fuerzas Armadas que abarca muchos órdenes distintos, desde el tecnológico al lingüístico. En este sentido, el general Fernando Alejandre, que fuera jefe de Estado Mayor de la Defensa (2017-2020) ha escrito recientemente que en su experiencia en la estructura de mando de la OTAN ha tenido «la oportunidad de ver cómo oficiales, suboficiales y tropa, a partir de su entrega y de ese particular sentido de la responsabilidad por el que procuran siempre dejar en buen lugar el nombre de España, superaban cualquier hándicap, haciendo gala de una profesionalidad tal que acababan siendo referentes en sus destinos (…). He podido ver a británicos, noruegos, holandeses o estadounidenses confiar plenamente en “su español” de turno». A finales de nuestro turbulento siglo XIX, Sagasta hizo un comentario del que se deducía su tristeza porque en la Europa de la época los militares españoles fueran sobre todo conocidos por su propensión a intervenir en política. Enorgullece comprobar que, cuarenta años después de la adhesión de España a la OTAN, y unos pocos más desde que nuestra política se enmarca en la Constitución de 1978, los militares españoles son conocidos por su profesionalidad, de la que se beneficia la propia OTAN.
Y, como hemos visto en este artículo, no es el único caso en que la Constitución, la OTAN, y, por supuesto, la Unión Europea, unen sus fuerzas para mejorar la realidad española.