Autómatas

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

YANA BLAJEVA

03 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Andan a vueltas con las declaraciones sobre el software LaMDA (Language Model for Dialogue Applications) de Google, un sofisticado programa que produce textos en respuesta a las preguntas del usuario, y que, según el ingeniero de software Blake Lemoine, ha logrado lo impensable: se ha vuelto inteligente. Lemoine asegura que el sistema de Google ha «cobrado vida» teniendo con él charlas propias de un ser humano.

La fascinación por los autómatas nos viene de lejos, de la Grecia clásica; de hecho, la palabra autómata procede del griego automatos («espontáneo o con movimiento propio»). El primer autómata del que tenemos referencia lo construyó, entre los años 10 al 70, Herón de Alejandría, también los árabes se aplicaron en su desarrollo. Famoso fue el león mecánico ideado por Leonardo Da Vinci para el rey de Francia Francisco I.

El relojero suizo Pierre Jaquet-Droz (1721-1790) ideó diversos muñecos capaces de escribir y tocar el órgano como un humano.

    Los Maillardet, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, construyeron un escritor-dibujante, con la forma de un niño arrodillado con un lápiz en su mano que escribía en inglés y francés, dibujaba paisajes y respondía a preguntas.

En 1922 el dramaturgo checo Karel Capek, estrenó en Nueva York una inquietante obra de teatro donde una especie de seres humanos eran ensamblados a una cadena de montaje, con la misión de desempeñar las labores más ingratas de la sociedad. A dichos personajes los llamó robots —que en checo viene a significar «trabajo duro».

El afán por los autómatas nos llevo hasta el ordenador HAL 9000, protagonista de 2001, odisea en el espacio, que «razonaba» de forma muy similar (o igual) a la mente humana. Pero a diferencia de cualquier autómata, los sapiens somos «máquinas no triviales», concepto enunciado por el padre de la cibernética Heinz Von Foster y posteriormente desarrollado en la colosal obra de Edgard Morin, explicando claramente en qué consiste la complejidad de los sistemas vivos y distinguiendo entre dos tipos de máquinas, las triviales y las no triviales.

Una máquina trivial es aquella en la que conociendo todas sus entradas, conocemos todas sus salidas siendo, por tanto , predecibles. El ser humano es una «máquina no trivial», cuya respuesta no es previsible porque depende de su estado interno que siempre es variable física y psíquicamente, dotándonos de la capacidad de crear, innovar y responder de forma imprevisible ante cualquier acontecimiento, cosa que jamás podrá hacer una máquina trivial, un autómata.

Las confidencias que le contó la máquina al señor Lemoine no son más que las que él introdujo. Deberían preguntarle al autómata, a Siri o Alexia qué son los celos, el rencor o la envidia, a ver que responden.