Los consultores advierten de los descensos de consumo de pescado. Pero no subrayan el fenómeno del cocooning. ¿Qué es? Pues una tendencia a que el individuo socialice menos y se retire a su hogar, que convierte en fortaleza. Este fenómeno afecta a los niveles de consumo de pescado y responde a las actuales dinámicas de urbanización, a las nuevas estructuras familiares, al alza de los precios medios junto a las complejidades de los diferentes aprovisionamientos externos. Esto es, las crisis acentúan las dinámicas de cambio en lo tocante a la producción y a los niveles de consumo. Modifican los hábitos tradicionales y suponen nuevas oportunidades para la incorporación de actitudes diferentes.
Los mercados pesqueros se catalogan en función de cuatro aspectos. El primero hace referencia a la demanda, que refleja las tendencias de consumo. El segundo hace mención a la oferta, o sea, se vincula con la seguridad alimentaria y su revalorización constante. El tercero corresponde a la sostenibilidad, a la perdurabilidad y disminución del despilfarro. Y el cuarto aspecto está relacionado con los avances a nivel tecnológico.
En el año 2020, el de la pandemia, el gasto español en alimentación (dentro y fuera del hogar) se situó en 102.800 millones de euros, descendiendo un 3,2 % respecto al año precedente. Si procedemos a su desglose, el 22 % se efectuó fuera de los hogares (canal Horeca), con un descenso del 36 %; y el 78 % restante correspondió al consumo en los hogares, con una tasa de crecimiento del 14 %.
En Galicia destacan seis notas. La primera subraya que los gastos medios en consumo de productos pesqueros per capita alcanzan los 177,6 euros/año, siendo la cifra más baja de los últimos años. Es equivalente al 12,9 % del total del gasto en alimentación, reflejando tanto una caída de las opciones como de las prioridades de gasto. Dicha cifra se sitúa solo por debajo del consumo de carne y de su porcentaje sobre el total de la dieta (269 euros/persona/año y el 19,6 %, respectivamente).
La segunda revela que, en términos promedios, cada persona en Galicia consumió un total de 30,3 kilos de productos pesqueros. Dicha cifra es sintomática de nuestra idiosincrasia y de nuestras tradiciones; pero es menor que los consumos de carne (51,8 kilos/habitante/año); de hortalizas frescas (59 kilos per capita) o de las frutas frescas (118 kilos per capita). El tercer rasgo muestra que, en términos relativos, los gallegos consumimos una mayor cantidad de pescado que la media española (un 21,9 % más). Se sitúa entre los artículos alimentarios que más nos diferencian de los promedios nacionales, junto con el aceite, el pan y la leche; y muy alejados de las cantidades de carne, de la que solo consumimos un 3,9 % más que la media nacional.
La cuarta nota nos dice que no llegamos a ser la comunidad que más pescado per capita consumimos. Nuestros 30,3 kilos/habitante/año son un poco inferiores a los registrados en Asturias (31,2 kilos per capita) o el País Vasco (30,7 kilos per capita); aunque bastante superiores a la media española (24,8 kilos/habitante/año). La quinta característica señala que el saldo comercial pesquero en Galicia continúa siendo negativo. Esto es, mantenemos nuestra dependencia externa y sobresale el aumento de las importaciones en el período de la pandemia. Y la última nota singular nos indica el aumento de los precios medios de los productos pesqueros frescos, después de la pérdida de valor de los precios manifestados durante la pandemia.
En suma, hay que estudiar con más profundidad estos movimientos de cara a instrumentalizar tanto las estrategias empresariales como las medidas de políticas públicas sectorializadas. A día de hoy, estas últimas sobresalen por su ausencia; y sobre las primeras pesan las incertidumbres.