El debate sobre el estado de la nación puso al descubierto que las quiebras históricas de este país siguen siendo profundas, que la mirada a la izquierda, además del carácter social, siempre tiene que nutrirse en la memoria histórica, o dicho de otro modo, en el germen de nuestros desencuentros, pero la mirada a la derecha también.
Lo cierto es que somos un país que no sabe hablar de sus problemas y de sus posibles soluciones sin recordar la ancestral genética de nuestros enfrentamientos, del daño que nos hemos hecho los unos a los otros, de la ETA y del franquismo, de la guerra civil y de su madre en verso. Resulta aún más terrible que incluso estas nuevas generaciones que no se sienten involucradas por la transición, porque no la vivieron, se sientan, sin embargo, atraídas por todas esas disputas ancestrales.
El debate del estado de la nación debía servir para que la política construyera acuerdos para salir de la crisis, pero ninguno de los partidos que tenía que imponer la mirada centrípeta en el Parlamento lo hizo.
Tanto los populares como los socialistas afrontaron este debate pensando más en las elecciones del próximo año que en el actual momento que atraviesan los españoles. Y lo mismo hicieron los partidos polarizados, tensionar lo que pudieron, pensando también en la confrontación electoral y en cómo se construye el espacio para competir.
Pero en su caso, es legítimo porque la función en el Parlamento de Unidas Podemos, o de Esquerra Republicana, o incluso de Vox, es polarizar, procurar esa lectura centrífuga que se aparta del centro y aportar la visión de las minorías.
El PSOE y el PP tienen que ser los pilares del Gobierno y de la oposición si queremos que este país vuelva a centrarse para salir de la crisis por la que está todavía pasando.
El PSOE tiene que proponer medidas de carácter social, como ha hecho, el que no lo quiera entender tendrá sus razones, legítimas, y al mismo tiempo, estratégicas. El PP tiene que plantear alternativas para convencer a los españoles que hay otra forma de gobernar.
El problema surge cuando el debate de las políticas se sustituye por el debate de los llamados principios, que al final no son más que etiquetas que solo califican, sin hablar de la vida de los españoles. Y así nos basta con decir que Sánchez se «podemizó» y parece que hablamos de política, cuando solo enunciamos etiquetas prediseñadas y vacías. Demasiados enunciados vacíos en la política de nuestros días, demasiadas referencias históricas y muy pocas ocasiones para la verdadera discusión política y el encuentro de soluciones.