Ellos se merecen la especialidad de medicina de urgencias

Francisco Martelo PRESIDENTE DE LA REAL ACADEMIA DE MEDICINA DE GALICIA

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

28 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Un centro de urgencias levanta estimación y respeto. Si nos olvidamos de los pacientes que no deben llegar y lo hacen por falta de responsabilidad o de conocimiento básico y, a veces, por egoísmo, y que incomodan y consumen tiempo y recursos; el resto de los que llegan solicitando ayuda están sumidos en un conflicto de enfermedad que no controlan y que califican de contratiempo imprevisto inasumible.

Trabajar en la urgencia es trabajar en el escaparate de la tienda que es un hospital. Una tienda que viste de salud a los que llegan desnudos a ella, en alguna parte de su cuerpo. El escaparate, por su permanente visibilidad, impregnará la concepción que del centro se formen los usuarios.

La primera línea del escaparate son los médicos de urgencia, con formación en su mayoría de médicos de familia. Son los que, con la ayuda de la enfermería y demás personal sanitario, reciben y realizan la estabilización del paciente y su valoración y posible tratamiento (triaje). Ellos, también, decidirán si el paciente necesita la ayuda de algún otro médico de la retaguardia de la sala formada por médicos residentes y de plantilla de las diferentes especialidades del hospital, o si incluso deben ser enviados a otro centro por falta de condiciones asistenciales, para esa patología, en el suyo.

En este momento, sin un entrenamiento reglado en su formación, al no contar con un programa MIR para una especialidad de medicina de urgencias, cada médico decide su área de conocimiento y sus habilidades. La Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (Semes) lleva años peleando por la especialidad. Enfrente tiene especialidades médicas hospitalarias, incluso un porcentaje de los médicos de familia. Reconocen la presencia de esos profesionales de urgencias en los hospitales desde los años ochenta, pero, como su tarea no pertenece a un territorio anatómico concreto, no contiene un saber y unas habilidades específicas, necesitadas de una curva de aprendizaje prolongada, su tarea, dicen, no puede convertirse en especialidad. Coinciden con el Ministerio de Sanidad y sus «comisiones de especialidades», que buscan una troncalidad (competencias nucleares y comunes con otras disciplinas) que no han sido capaces de ensamblar en veinte años.

Del otro lado están los apoyos favorables: colegios de médicos, muchas asociaciones de pacientes y, en nuestra autonomía, la Consellería de Sanidade de la Xunta de Galicia, que ha llevado la propuesta al Parlamento autonómico, con la idea que la nueva especialidad también puede mejorar las condiciones de la medicina primaria, familiar y comunitaria.

En este galimatías, como siempre, todo el mundo puede tener algún punto de razón, cuya discusión, lógicamente, se escapa a las dimensiones de este texto. Sin embargo, no puedo dejar de decirles que los que trabajan en la urgencia han de ser no modelos de la vidriera del hospital, pero sí modélicos en el dechado de virtudes que les capacitan para la detección de enfermedades y lesiones súbitas que dañan de manera inasumible y apremiante el bienestar o la vida de los pacientes.

Nos interesa tener en primera línea a médicos, que, créanme, sean inteligentes, vocacionales, capaces de tomar decisiones bajo tensión, trabajar rápido contra el reloj, tener el conocimiento y las habilidades para la mucha instrumentación necesaria, de la mano de la innovación permanente y de soportar cualquier horario, cualquier día de la semana, sintiéndose felices en su trabajo durante años. Parece increíble, pero es verdad.

¡Todos ellos se merecen ser especialistas en medicina de urgencias y emergencias!