Una inflación desbocada —galopa como nunca en los últimos cuarenta años— horada los bolsillos de los hogares de Europa y socava las cuentas de la mayor parte de su tejido empresarial. Les toca a los Gobiernos del Viejo Continente extender el bálsamo para aliviar las heridas que está dejando a su paso esa espiral alcista de los precios. Y al Banco Central Europeo (BCE), la endiablada tarea de intentar ponerle coto, atrapado como está entre la espada y la pared. Entre el peligro de la inflación y el riesgo de recesión. No es que sea tanto como ponerle puertas al campo, pero casi. Sobre todo, porque las herramientas que tiene en el cajón para lidiar a ese morlaco se adivinan insuficientes.
Rezan los manuales y la tradición que cuando los precios sacan los pies del tiesto, hay que subir los tipos para bajarles los humos. Pero, ojo, que esta vez no es como las otras. No es que haya que ponerle freno a una orgía de gasto encareciendo el dinero. Esta vez hay que muletear con una crisis energética alimentada por una guerra a la que no se le adivina el final y en la que Rusia ha hecho del gas un arma —la mejor— para retorcerle el brazo a la Unión Europea poniendo en jaque sus economías Y eso, además, con el telón de fondo de las tensiones en las cadenas de suministro. Casi nada.
Nadie duda de que el BCE tenga que volver a mover ficha este jueves. Ha de seguir subiendo los tipos de interés para frenar la escalada. No le queda otra. La cuestión es cuánto. Y a qué ritmo.
Cierto es que el guardián del euro ha tardado demasiado en reaccionar, convencido como estaba hace un año de que eso de la inflación era algo transitorio y de que las aguas acabarían más pronto que tarde volviendo a su cauce. Claro que entonces los rusos no habían puesto un pie en Ucrania y nadie creía que lo fueran a hacer.
Pero no lo es menos que una agresiva subida del precio del dinero en la reunión de este jueves podría interpretarse como una muestra del pánico de la institución y atarle en parte las manos si, llegado el caso, la desaceleración resulta en profunda recesión y tiene que reajustar su política monetaria.
Ni que decir tiene que entre los miembros del consejo de gobierno de la autoridad monetaria hay división de opiniones. Ya saben, la sempiterna lucha entre halcones y palomas. Los primeros, a favor de un movimiento agresivo; las segundas, del poco a poco. No estaría de más recordarles a los primeros cómo acabaron otras veces esas brusquedades.
No hay que echar la vista muy atrás. Solo hay que retroceder hasta los años 2008 y 2011. De aquellos polvos, los lodos de la última gran crisis financiera que se recuerda.