La matriarca de la nación

Sonia Fernández Ordás CATEDRÁTICA DE INGLÉS DE BACHILLERATO

OPINIÓN

Elisa Bermudez | EUROPAPRESS

11 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Uno de los aspectos que más nos ha llamado siempre la atención a los no británicos ha sido la veneración que profesa el país hacia su monarca Isabel II. A mí me causaba extrañeza e incluso hilaridad hasta que entendí por qué durante mis veranos en Inglaterra, primero como estudiante, después como tutora de alumnos españoles. Sin proponérselo, me lo enseñó el matrimonio con el que me alojaba, Alf y Kath Taylor. Muy, muy británicos en costumbres y planteamientos, procedían de ambientes completamente distintos: ella, de una buena familia de Devonshire, conservadora y thatcherista recalcitrante; él, un eastender londinense de familia humilde e izquierdista. Imposible encontrar dos personas de procedencia e ideología más opuestas que, sin embargo, coincidían al cien por cien en el respeto y admiración incondicional que sentían por la reina. Kath y Alf tenían la misma edad que el duque de Edimburgo; habrían cumplido 100 años en 2021. Durante la II Guerra Mundial. Kath trabajó en las oficinas de los Servicios Auxiliares; Alf se alistó en la RAF y participó en combates y bombardeos aéreos. Se casaron en 1942, con solo 21 años, como tantas otras parejas jóvenes que no sabían si volverían a verse. Dos años después, la entonces princesa Isabel también pasaría a formar parte de los Servicios Auxiliares. Durante todo ese tiempo, los reyes no se movieron de Londres en solidaridad con la población que sufría los bombardeos de la Luftwaffe y sus hijas permanecieron en Windsor pese a que podían haberse refugiado en cualquier punto del país que resultara más seguro. Kath y Alf me hablaron de la importancia que tuvo su actitud en la moral del pueblo británico que sufría el impacto de la guerra. Sus ejemplos fueron la clave que aglutinó a un país entero en el sentimiento de apoyo y lealtad hacia su monarca y para sentir a la familia real como «suya».

Así se forjan los liderazgos: dando ejemplo. Desde entonces, es innegable que la reina recogió el testigo con dignidad para seguir actuando como elemento de cohesión y sirviendo a su país como prometió al cumplir los 21 años. Pudo cometer errores y sus hijos no siempre estuvieron a la altura que se esperaba, pero ya decían Kath y Alf poniendo voz a la mayoría del país: «Bueno, eso pasa en las mejores familias, ¿no?». Ha sido una mujer fuerte que supo tender puentes y en ocasiones se tuvo que tragar su propio orgullo, como al saludar a Martin McGuinness para apoyar el proceso de paz en Irlanda del Norte. El primer ministro irlandés decía ayer que «el mundo es un lugar más pobre desde su muerte, pero más rico y mejor gracias a su contribución».

Pero, además de las vivencias reveladoras de Kath y Alf, lo que mejor sintetiza y describe la extraordinaria magnitud de la figura de Isabel II son las palabras de Tony Blair tras el fallecimiento de la reina: «Hemos perdido no solo a nuestra monarca, sino a la matriarca de nuestra nación, la figura que unió a nuestro país como ninguna otra y […] personificó todo lo que nos hace estar orgullosos de ser británicos».