Suerte de muerte

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

Elisa Bermudez | EUROPAPRESS

14 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Cualquiera que haya sufrido la muerte prematura de alguien querido envidia ese final plácido y previsible de la reina inglesa. Todos los óbitos responden al mismo proceso biológico, un parón de la máquina irreversible, una desconexión bioquímica definitiva, pero para los seres sociales que somos algunas muertes suceden cuando procede y otras desalientan como si interrumpieran el devenir natural de las cosas y dejan en los que se quedan una aflicción pegajosa de la que resulta muy engorroso librarse. Se entiende que los 96 años que alcanzó Isabel II le concedieron margen para hacer todas las cosas que se le piden a una vida, incluso para empezar a sentir un cierto empacho de existencia, como la vieja Orín de La balada del Narayama que a los 70 se arrancaba los dientes para acelerar una despedida que se resistía a llegar y desordenaba el ritmo generacional de su aldea. Quizás su hijo Carlos pensó alguna vez en la vieja Orín, esperando por la muerte de su madre hasta la edad en la que otros muchos se mueren. Pero los 96 años de Isabel le dieron margen para vivir despacio, un lujo que se nos niega a los ansiosos, y hasta para corregir esos grandes errores que se cometen y que si vives los suficiente acaban desleídos en el inventario interminable de tu existencia.

La reina inglesa vivió tanto, que hasta su entierro se nos está haciendo eterno, justo lo contrario de lo que le pasó a Javier Marías, cuyo final llegó, inesperado, por un tuit y ya enseguida fue pasado y recuerdo. Los que se descubrieron en sus letras piensan en las que ya no podrá escribir, porque las muertes que suceden antes de tiempo son sobre todo un robo de todo lo que el cadáver ya no podrá hacer, ya no podrá vivir.