Se utiliza el recurso «veinte años no es nada» cuando queremos expresar que apenas pasó el tiempo. Sin embargo, treinta y cinco años es mucho. Es justamente el tiempo pasado desde mi toma de posesión como presidente de la Xunta, allá por 1987. Fue en el pazo de Fonseca, lugar donde se celebraban las sesiones del Parlamento de Galicia y en donde hice mis estudios de Economía, pues la facultad se alojó durante un tiempo en dichas instalaciones.
Me acuerdo de la sensación que tenía cuando prometí el cargo. Corría por mi interior una oleada de responsabilidad extraña. Más que fijarme en leer el texto normativo preparado al efecto, mi cabeza barruntaba el modelo a seguir para no fracasar; de poder responder a los desafíos del momento; de subrayar y emprender nuevas apuestas de futuro; de escuchar y respaldar aquellas inquietudes que afloraban en la sociedad que demandaba urgentemente cambios; de poder corregir los agravios históricos; de servir de enlace a las siguientes generaciones, y, sobre todo, de guardar y honrar la memoria y el respeto histórico de todos aquellos que lucharon por la libertad, por la democracia y por una defensa de Galicia.
Fue, sin duda alguna, un momento trascendental en mi vida. Entendí que ser presidente conllevaba un profundo convencimiento de lucha y de búsqueda de acuerdos; de compromiso político y de generosidad; de defensa de tus ideas y de saber explicarlas. En fin, de aunar esfuerzos diferentes. Ese día pasaron por mi mente las experiencias de Olof Palme, de Willy Brandt y de Salvador Allende, por ejemplo. También las de Xaime Quintanilla, los hermanos de la Lejía, Alexandre Bóveda y tantos otros. Del mismo modo, muchos recuerdos familiares, algunos todavía presentes.
Pero ser presidente permitía llevar a cabo acciones que uno había imaginado e incluso explicado en las aulas universitarias, como cuando se decía para argumentar algunas tesis: «Si se diera el caso de ser responsable, haría esto y aquello». Con ello no quiero decir que había pensado en orientar mi vida hacia ese objetivo. Todo lo contrario, como bien saben y conocen aquellos que me apoyaron y ayudaron.
Estas circunstancias son las que hicieron posibles tres cosas relevantes durante mi mandato. La primera, buscar acuerdos sólidos y consistentes durante la legislatura. Significaba haber definido el programa y el camino a seguir. Los objetivos se orientaron a modernizar el país y sacarlo del atraso; a incentivar el uso de la tecnología y posicionarnos en Europa, a la que nos habíamos incorporado un año antes. La segunda cuestión era centrar nuestras actuaciones en el marco de la gestión, pues había que demostrar que la autonomía no solo era útil, sino que podría facilitar la corrección de las desigualdades, enfatizar el desarrollo de servicios públicos como sanidad, educación, servicios sociales, infraestructuras, etcétera, a fin de poder garantizar las máximas oportunidades a los gallegos sin excepción. Y, en tercer lugar, generar una atmósfera social y política positiva, evitando las tensiones artificiales y enfrentamientos estériles. Había que ser posibilista, aunque defendiendo cada uno sus posiciones.
Los resultados demostraron lo acertado del enfoque. Hoy, nos enorgullecemos tanto de la creación del Sergas como de la Fundación Galicia-Europa, en Bruselas. También, de la puesta en marcha de las universidades de Vigo y A Coruña. Asimismo, del Parque Tecnológico de Ourense, como de los llamados, hoy en día, palacios de la música y ópera de Santiago y A Coruña. Del campo de fútbol de A Malata, en Ferrol, a la estación de autobuses de Vigo, la ordenación del río Miño en Ourense o el Centro Galego de Arte Contemporánea en Santiago. De la urbanización de Fontiñas en Santiago, y de las infraestructuras próximas al Ángel Carro en Lugo, al Coliseo de A Coruña. Y así podemos ir citando y citando actuaciones notables tanto en Galicia como en los países latinoamericanos, en donde se cimentaron apuestas en favor de nuestros emigrantes. Todo sirvió para demostrar esa fuerza tranquila que impulsó aquel Gobierno de progreso, llamado por algunos el tripartito o el de Laxe.
Hoy, pasados 35 años, todavía recuerdo las palabras de Isaac Díaz Pardo a mi madre indicándole que todo iba a salir bien. Y así fue, gracias al compromiso de todos los miembros de un Gobierno (compuesto por personas pertenecientes a tres partidos políticos distintos) y a una sociedad que no solo quiso compartir nuestro propósito, sino exigirnos más para poder acabar con la marginación, el atraso y la dependencia. A todos ellos, gracias y a disfrutar del aniversario.