¿Qué tienen en común Irán, Irak, Siria y Turquía, además de su ubicación en Oriente Próximo? Pues su historial represivo, en algunos casos genocida contra los kurdos. Este pueblo que supera los 40 millones de habitantes, y cuyo territorio original, antes del desmembramiento del Imperio Otomano, se extendía por más de 500.000 kilómetros cuadrados, es decir, más o menos el tamaño de España, ha sido objeto de todo tipo de campañas de obliteración y de exterminio.
La persecución de la que ha sido objeto se debe a diversos factores, como su ubicación geográfica, en las cordilleras de los Pontus, Tauros y Zagros, es decir, la frontera natural entre esos cuatro países y por lo tanto un emplazamiento de vital importancia estratégica; pero también porque, caso de que todos los kurdos se unieran para reclamar el control de su territorio, estos países verían mermada su extensión y se rompería el frágil equilibrio regional. Además, en el Kurdistán turco, nacen los dos ríos más importantes de la zona, el Tigris y el Éufrates, y en el iraquí se encuentran importantísimos yacimientos de petróleo cuyo control es de vital importancia económica. Y, por último, porque los kurdos siempre han rechazado ser fagocitados y que su cultura fuera eliminada.
Por eso, tanto Turquía como Irán califican los partidos que lideran la rebelión kurda en sus territorios como grupos terroristas, algo que también sucedía en el Irak de Sadam Huseín. Tras la invasión norteamericana de Irak en el 2003, los kurdos dejaron de ser considerados terroristas y alcanzaron la autonomía con el Gobierno Regional del Kurdistán. Sin embargo, ni Turquía ni Irán parecen aceptar esta realidad, de tal suerte que ambos países vulneran permanentemente sus fronteras bombardeando diversos emplazamientos con la excusa de perseguir a los terroristas.
La última violación ha venido de mano de Teherán con el bombardeo con drones a los insurgentes del partido Komala, que supuestamente se habían refugiado en la localidad de Koya, a 60 kilómetros de Erbil, la capital autonómica. Su delito, levantarse tras el asesinato de la joven kurda Mahsa Amini por no llevar bien el velo. Los iraníes han asesinado a 13 personas y herido a otras 58. Una cortina de humo para ocultar el descontento en las calles persas, mientras el gobierno de Bagdad, de mayoría chií y afín a Teherán, calla y mira para otro lado.