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En filosofía, al llegar al siglo XVIII se produce un antes y un después. El 22 de abril de 1724 nace en Königsberg Immanuel Kant, uno de los pensadores más influyentes de la historia, quien dará un giro radical a los principales problemas tratados desde la antigua Grecia.
Ha desarrollado un análisis exhaustivo de la razón humana, no solo considerándola lo que siempre había sido, la facultad que nos permite conocer, sino como el instrumento que sirve para estructurar todo el conocimiento —incluida la ciencia— por su modo inevitable de «funcionar». La razón va a ocuparse ahora de reflexionar sobre ella misma. Cuando hacemos un selfi giramos la flecha en el móvil para vernos a nosotros, no el mundo exterior; Kant hizo lo mismo con la Teoría del conocimiento: para que la razón conociese el tema de investigación debía ser ella misma. En La crítica de la razón pura trata la cuestión clave de determinar si la metafísica —disciplina que se ocupa de temas tales como Dios, la libertad o la inmortalidad del alma— puede ser conocimiento como lo eran en la época las matemáticas y la física que habían adquirido notable alcance. El resultado será negativo; concluye diciéndonos que no podemos conocer sobre esos asuntos porque el conocimiento no puede prescindir de la observación sensorial y tales «objetos» no son observables, pero también es inevitable pensar en ellos. Así diferencia «conocer» y «pensar». Sintetiza el debate que se inició con Platón y Aristóteles y recorre toda la historia sobre si el conocimiento tiene una base innata o adquirida. Hay ideas innatas, nos dice, por ejemplo la causalidad —todo efecto ha tenido causa—, pero este principio no proporciona conocimiento si lo aplicamos fuera de los límites de la observación; en metafísica se comete este error.
Otra gran aportación en La crítica de la razón práctica es su manera novedosa de concebir la ética. Hemos de actuar bien no por lo que se vaya a conseguir con las acciones buenas sino porque la razón debe imponerse indicándonos lo que sería el deber, nuestra voluntad estará a su servicio. Si tuviésemos la certeza de la existencia de Dios, del premio o castigo por nuestros actos, el mundo sería un teatro de marionetas. Es esa inseguridad lo que hace de la moral algo digno y valioso.
Kant «sienta en el banquillo de los acusados» a la razón y le traza límites, pero a la vez hará hincapié en que esta tendencia «transgresora» será un motor para la investigación científica. El autor más crítico con los excesos de la razón humana al pretender conocer lo que no puede, parece no olvidarse de lo que podríamos llamar «el irracional deseo de lo infinito» y fue capaz de integrarlo en su sistema filosófico.