Provócame, háblame de ciencia

Javier Cudeiro Mazaira CATEDRÁTICO DE FISIOLOGÍA DE LA UDC. PROFESOR VISITANTE DE LA UNIVERSIDAD DE SIENA (ITALIA)

OPINIÓN

María Pedreda

08 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Provócame, le dijo con aire desafiante y mirada pícara. ¿Que te provoque? Claro que sí, le dijo ella, te voy a hablar de ciencia. De la ciencia que está en la frontera del conocimiento, la que desde la poesía intuyó Juan Ramón Jiménez cuando dijo: «¡No corras, ve despacio, que adonde tienes que ir es a ti solo!». Te voy a hablar del cerebro y de un avance reciente y extraordinario, pero cuidado, no está exento de conflictos con los que habremos de lidiar.

Hace pocos años se creó en el laboratorio lo que conocemos como organoides. Partiendo de células madre y con los sustratos adecuados, se consiguió una organización celular colaborativa que crecía hasta ir tomando forma de pequeños cerebros en donde se podía observar, a manera de esbozo, las diferentes partes y conexiones de un cerebro como dios manda. Se había conseguido una buena herramienta para estudiar fenómenos como las alteraciones del desarrollo neuronal y que también podría servir como fuente material para posibles trasplantes. Pero claro, había algún problema. La supervivencia autónoma les estaba vetada. No desarrollaban vasos sanguíneos para proveerse de alimentación ni para intercambiar sustancias, comunicarse, en definitiva, con el exterior. Si todavía la provocación no es suficiente, espera, te daré una pista para que sepas lo que acaba de ocurrir y para que admitas, con ojos como platos, que la neurociencia supera la ficción: Alien, el octavo pasajero, esa es la pista.

Pues claro, así ha ocurrido. Lo que recientemente se ha hecho es implantar uno de esos organoides creado con células humanas en el cerebro de una rata. Aquí, mi amigo, la cosa cambia. Utilizando los recursos del roedor, el implante obtiene nutrientes, crece, se asienta y es capaz de recibir alguna de la información que recoge el hospedador desde fuera, y las neuronas de ambos intercambian datos. ¡Se ha creado un cerebro híbrido! Increíblemente, el implante recibe y reacciona a estímulos externos como los que capta la rata a través de sus bigotes. Una vez más, la ciencia de frontera nos proporciona resultados fascinantes y nos brinda posible instrumentos para estudiar los fenómenos de interacción entre neuronas (aún siendo unas del Celta y otras del Dépor), la degeneración, las enfermedades psiquiátricas, los fallos en el desarrollo…

Lo que todavía no sabemos es qué podría pasar si el organoide humano sigue creciendo y organizándose en caso de ser implantado en un cerebro de otro animal más longevo. Si la supervivencia es buena podría integrarse de forma simbiótica con el receptor; buenos amigos a compartir el pan y la sal. Otra posibilidad es que, de alguna manera, tomase el mando de quien lo hospeda; ¡parásito malo! Un último escenario sería científicamente deslumbrante, pero un Armagedón ético. Hasta ahora se admitía que los organoides de células humanas son demasiado primitivos para volverse conscientes, alcanzar una inteligencia o adquirir otras habilidades que podrían requerir regulación legal. Pero me pregunto qué pasaría si una vez puestos en el cerebro apropiado, con tiempo de desarrollo óptimo, utilizando de forma efectiva los canales de comunicación con el exterior… lograsen un grado de integración neuronal suficiente como para poder funcionar con autonomía: ¿no podría ser el origen de una proto-inteligencia?

¡Venga, mujer, eso es ciencia ficción!, gritó el que reclamaba provocación desmelenada, realmente atónito y sin darse cuenta de que todo lo que le habían contado era completamente cierto y que, en un laboratorio próximo, mientras hablaban, alguien estaba a la expectativa viendo cómo evolucionan los acontecimientos. Mientras tanto, los cerebros híbridos siguen creciendo y alguien los observa, manual de ética en mano, muy, muy de cerca.