Entre la vida y la literatura no hay una línea divisoria. Esto es lo que nos cuenta la recién estrenada serie documental de Filmin sobre literatura infantil inglesa llamado Wonderland: de Lewis Carroll a J.R.R. Tolkien. Una serie de escritores excepcionales (como los dos mencionados, Edith Nesbit, Kenneth Grahame, Frances Hodgson Burnett, Rudyard Kipling, Beatrix Potter o Ershine Childers) crearon el país de las maravillas, el jardín secreto, el país de Nunca Jamás u otros bellísimos lugares imaginarios. A menudo, la fuente de inspiración no fue más que sus propias vidas marcadas por la tragedia o la infelicidad. Estos autores, que vivieron la represión de la época victoriana, o, más adelante, las pérdidas de seres queridos durante la Primera Guerra Mundial, levantaron, a través de las palabras, mundos en los que les hubiera gustado vivir. De este modo, convirtieron sus penas y sufrimientos en algo maravilloso, y utilizaron su talento e imaginación para superar las adversidades a través de la literatura infantil.
J. M. Barrie, el autor de Peter Pan, es uno de ellos. En su caso, su vida estuvo marcada por la muerte prematura de su hermano David, poco antes de cumplir los trece años. Este era el hijo favorito de su madre, que quedó tan consternada por el suceso que se retiró del mundo y vivió recluida en su habitación durante el resto de su vida. Cuenta J. M. Barrie en el libro autobiográfico Margaret Ogilvy que, en una ocasión, entró en esta habitación. La madre, medio adormilada, le preguntó: «¿Eres tú?». James no tenía más que seis años, pero de inmediato supo que su progenitora estaba hablando con el fallecido. Le contestó: «No, no es él, solo soy yo». El descubrimiento repentino de que jamás sería tan querido como su hermano le tatuó el corazón para siempre, intentando reemplazarle durante toda su vida: usaba su ropa, imitaba su manera de caminar, silbaba como lo hacía él. Todo ello con el objetivo de ganarse el cariño y el afecto de su madre, como si con esos gestos estuviera prolongando el mundo de las caricias y los besos que le fueron arrebatados. Triste, sí, sobre todo porque nunca lo consiguió. Pero, gracias a esa tragedia y a sus esfuerzos por superarla, brotaría Peter Pan. Como el personaje, J. M. Barrie deseaba no crecer para desempeñar para siempre el papel de ese niño que se quedó en los trece años recién cumplidos.