El fin de semana enfrenté a pecho descubierto una de las peores tareas que un boomer, Windows 57, puede acometer: una fatiga que impone la inmisericorde obsolescencia del mercado obligándote a tener que cambiar el sistema operativo del ordenador. Una especie de mudanza mental periódica bajo el argumento de que ya se quedó obsoleto, aunque a uno le vaya perfectamente bien. Los que hemos sufrido varias mudanzas de vivienda sabemos muy bien que hasta pasados unos meses tu vida va ser una anarquía. Cuando te mudas de casa guardas toda tu historia en cajas que luego hay que ordenar y buscarles una nueva ubicación. El problema es encontrar lo que buscas dentro del caos del montón de embalajes que te esperan amenazadores en el nuevo vacío. Cuando te pones a colocarlas, descubres bártulos que no entiendes qué hacen ahí ni recuerdas los años que hacía que no los veías.
Lo único bueno de las mudanzas es que sirven para tirar al contenedor toda la mugre acumulada.
Con las mudanzas mentales ocurre lo mismo. La tecnología ha incorporado a nuestras vidas un cerebro protésico con el que trabajamos más horas al día que con el propio, ya sea delante del ordenador, traficando wasaps, mirando redes sociales o el Google.
Cada vez que tienes que cambiar de sistema el cerebro protésico sufre un ataque epiléptico que tarda tiempo en apaciguarse hasta poder convivir con él con tranquilidad.
Al final, todos los sistemas operativos hacen lo mismo y creo que somos mayoría a quienes nos sobran nuevos iconillos y diseños que te cambian las marcas conocidas y te hacen perder un montón de tiempo descubriendo nuevas rutas para llegar al mismo sitio.
Eso sin entrar en la fatiga de tener que volver a introducir todos los programas con sus correspondientes claves (sabe dios dónde estarán). Un tormento.
Recolocar el cerebro protésico lleva su tiempo y conforme avanzas en edad lleva aún más.
Lo único bueno de la mudanza mental, decía, es lo que borras, aquellas cosas que encuentras escondidas al igual que en las cajas de la mudanza de casa y te das cuenta de que ya no tienen sentido en tu vida y más vale extirparlas de ambos cerebros. Quizás el saber no ocupe lugar, pero hay cosas que, al encontrarlas, ocupan mucho espacio mental y es un alivio tirarlas a la papelera. Ganas en capacidad de olvido y en bits de memoria.
Y así me veo, mudando de un Windows Vista a un Windows 11 (fíjense, ya van once) sin bridas y sin estribos, desasosegado por si no soy capaz de restaurar la libreta de direcciones o los favoritos de internet.
Otra servidumbre más impuesta por los Señores del Aire.