Tiempo atrás se enfocaban los desafíos mundiales bajo un contexto de alta complejidad, volatilidad, con variables estrechamente interrelacionadas, de carácter multidimensional y con amplias dosis de incertidumbre. De ahí que se dijera que afrontábamos múltiples retos. Ahora, tanto en el campo económico como en el político (e incluso en el deportivo), los actores y los contendientes desean simplificar el panorama y apuestan por razonamientos más simplistas; llevando a exagerar al máximo sus posicionamientos y polarizando el análisis y las relaciones de fuerza. O sea, buscan reducir los problemas a un dilema, como si todo tuviera que ser blanco o negro; rojo o azul; alto o bajo.
En el campo de la economía política, dichas consideraciones se ilustran como el tránsito desde el trilema de Rodrick al dilema de Wolf. Antes, siguiendo al profesor de Harvard Dani Rodrick, el estratega tenía que escoger dos de estos tres objetivos: hiperglobalización, soberanía nacional y democracia política. Es decir, con la globalización y democracia, sacrificamos la soberanía. Con la soberanía nacional y la democracia no nos integramos plenamente en la globalización. Y si nos adherimos a la globalización defendiendo la soberanía nacional, sacrificaríamos la democracia interna. No es, pues, fácil la elección.
Ahora, las posiciones son más polarizantes, ya que se exacerban los extremos. Se busca, siguiendo los postulados de Martin Wolf, prestigioso comentarista del Financial Times, escoger y defender una de estas dos posiciones: intervencionismo o libre mercado.
Sus razonamientos provienen de los informes del Peterson Institute for International Economics. Los defensores de esta tesis se basan en la disociación de objetivos. Argumentan, en primer lugar, que hay que desarrollar una hostilidad hacia el comercio internacional. De esta guisa, a los defensores de estas tesis no les valen las acciones llevadas a cabo desde la Segunda Guerra Mundial contra el proteccionismo y la defensa de un sistema comercial abierto con normas aceptadas universalmente. Ahora recomiendan implementar políticas industriales agresivas, respaldadas por numerosas subvenciones, al mismo tiempo que se rechaza el neo-liberalismo económico y se busca el conflicto con China, a la espera de un nuevo mundo.
La segunda manifestación de las tesis de los defensores del dilema es la relativa a la pérdida de confianza hacia los mercados libres, la justificación del reshoring (repatriación) y del friendshoring (relaciones con países amigos y confiables), la defensa del fraccionamiento comercial, la irrupción de un proteccionismo geográfico y un funcionamiento limitado de las cadenas de suministros. Tanto los Estados Unidos como la propia Unión Europea parecen estar inclinándose hacia dichas dinámicas, dadas las leyes que se están aprobando y las ideas que se difunden desde sus centros de análisis.
A nuestro juicio, aceptar estas últimas tesis nos llevarían, en una primera instancia, a una excesiva politización del comercio exterior; y, en segundo lugar, a demostrar que la subvención competitiva es un juego de suma negativa. O sea, nos alejaría de las soluciones ganadoras que se podrían establecer a través de las reglas y normas comerciales aceptadas universalmente.
Generar un mundo de conflictos no contribuye en nada a resolver los retos y desafíos del futuro. Lo urgente es no tener que concentrarnos en el examen permanente de los riesgos económicos y de los sistemas de seguridad. Considero que es mejor cooperar, colaborar, crear marcos de participación equitativos y poder enfocar transiciones justas. Es decir, aceptar los planteamientos basados en la teoría del dilema son mucho más costosos; además de ampliar la posibilidad de guerras más contundentes.