«Dáme vergonza». Así se manifestaba Arsenio Iglesias hace unos años con motivo del homenaje que se le brindó en el estadio de Riazor el 14 de mayo del 2016. Las gradas del coliseo blanquiazul le mostraron su unánime cariño a una persona especial, cuyo reconocimiento popular traspasa las fronteras de A Coruña. Porque si sobre algo hay un consenso galaico es en el aprecio al zorro de Arteixo, hasta el punto que no es aventurado decir que pocos serán los celtistas que no hayan mostrado en algún momento su aprecio y admiración por alguien que ha sido mucho más que un entrenador.
Efectivamente, a Arsenio le daba vergüenza cualquier acto multitudinario que le tuviera a él como protagonista. No era amigo de líos y odiaba la primera fila por encima de todas las cosas. Recibía con satisfacción el cariño del público, pero le incomodaba ocupar el centro de la escena. Nunca pensó de sí mismo que era alguien especial, y menos se le ocurrió caer en esa vanidad tan extendida en el mundo del fútbol de creer que su condición de entrenador de élite le otorgaba mayor mérito que el de un obrero de la construcción o que el conductor de un camión.
Arsenio era excepcionalmente normal. Una rara avis en un mundo en el que los egos están sobrealimentados. De hecho, el paso de los años desde su retirada ha puesto mucho más en valor todavía una forma de ser que ha cautivado a todo el mundo. «Que yo hubiera llegado a ser futbolista es la prueba de que los milagros existen», dijo a La Voz en una entrevista por su ochenta cumpleaños. Y no le costó demasiado llevar su jubilación: «Los años te van metiendo en un horizonte. Cuando tienes en la vida cosas como la familia, eso te va alejando de todo. Estoy muy tranquilo sin éxitos y sin ir a ninguna parte».
Hoy en día, el fútbol se mueve en un histrionismo mercantilizado en el que jugadores infantiles tienen agentes y en donde todos compiten por el mejor tatuaje o el peinado más original. Superestrellas como Cristiano Ronaldo coleccionan coches de lujo, cultivan un divismo insoportable y muestran una insatisfacción permanente inversamente proporcional a todos los privilegios que les está dando el deporte del balón.
Tal vez por eso, en su día, Arsenio fracasó al frente del banquillo del Madrid. Un club lleno de estrellas que de alguna forma era la antítesis de la filosofía de vida de Arsenio. Así explicaba su periplo fallido en el Madrid, que él mismo calificó como un atranco en la vida: «Estaba todo deteriorado. No entendía que no hubiera más compromiso. Trabajaban, pero... no veía más... La gente jugaba porque jugaba bien, pero no había un compromiso con un objetivo en el juego. Zamorano remataba muy bien y tenía que rematar y Michel centraba bien y tenía que centrar. Yo venía de un equipo pequeño, pero en el que había muchas cosas que merecían la pena».
«Me gustaría que me recordaran como una persona seria, con un comportamiento profesional», decía. Pero logró mucho más que eso. Consiguió cautivar a todos sin tonterías. Logró el éxito siendo honesto, discreto y sabiendo salir de la escena pública.