Sapere aude, atrévete a pensar, es la expresión que utilizó Kant a finales del siglo XVIII en su célebre texto Qué es la Ilustración. Tal afirmación no deja de estar de actualidad hoy en día, ya que existe una intensa pereza en lo tocante a pensar por cuenta propia y en sentirse más cómodo en refugiarse en la cobardía y en el razonamiento ajeno. Los ilustrados acentuaron la apuesta por el lema de «atreverse a saber», porque no solo lo consideraban un mayor incentivo para avanzar y dar constantemente pasos adelante en aquella sociedad tan clasista y desigual, como la de los siglos XVIII y XIX; como también por dar sentido a la responsabilidad a la hora de enfocar una mayor libertad, bien alejada de las tutelas del momento, o sea, emancipándose de las cuestiones religiosas y políticas. Por tanto, pereza y cobardía se unen y subrayan una cierta dosis de domesticación y de sentirse pupilos de otros.
Esta situación de falta de seguridad, de una carencia de empuje personal y, evidentemente, de tutela ajena llama la atención en los tiempos actuales. De una parte, apreciamos una excesiva polarización de los razonamientos tanto en los discursos políticos (incluso en los de ámbito deportivo), en los que se hace un intenso seguidismo de los líderes y siempre permaneciendo bajo la tutela de organizaciones y clubes, sin llegar a ejercitar una forma de pensar propia. Se piensa en grupo, al que le otorgamos la confianza de que nunca se equivoca y que siempre hay que apoyarlo. Aquí, las redes sociales, plataformas y algoritmos están jugando un papel clave. De otra parte, al ceder nuestra independencia personal y dejar de hacer frente a la realidad, procedemos a abandonar las posibilidades de pensar por nosotros mismos. Es decir, nos dejamos guiar porque es más cómodo y porque razonamos que no nos hace falta pensar individualmente, pues ya lo hace el grupo.
Ahora, la cuestión se complica, pues se divulga y se extiende el ChaptGPT. La súper-inteligencia de las máquinas empieza a preocupar en la medida que se está volviendo demasiado poderosa con demasiada rapidez, al punto que las personas no sabremos distinguir entre la realidad y la ficción. Eso nos lleva a plantear tres cuestiones básicas a tener en cuenta. En primer lugar, la privacidad y el uso de los datos e información; en segundo término, los derechos de propiedad del autor; y, en tercer lugar, la desinformación y las informaciones falsas e inexactas.
Aunque quizá la más llamativa sea una cuarta, la necesidad de una regulación. Esto es, nadie duda de la velocidad en lo tocante a investigación y desarrollo tecnológico; pero, también, nadie duda que los aspectos regulatorios van demasiado lentos, convirtiéndose en un riesgo a corto plazo. La razón es evidente, estamos asistiendo a una amplia difusión de informaciones inventadas y difundidas con apariencia legítima, así como noticias híper-partisanas y dependientes de los clics. O sea, sesgadas, que favorecen el populismo, los conflictos sociales o el negacionismo científico, por poner tres ejemplos claros y conocidos.
Por eso, mi llamamiento a incitar, estimular, propiciar y favorecer el pensar. El recuperar algunas de las premisas de la Ilustración o postulando un nuevo Renacimiento que nos permita, aceptando los cambios tecnológicos, dejar de ser estrictamente pupilos de otros e incapaces de servirnos de los propios datos que nos aporta nuestra razón. Kant nos ayudaba a fortalecer dicho razonamiento afirmando «quien ha comenzado, ya ha hecho la mitad; atrévete a saber, empieza». Y tenía razón.