La duna y el verano

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

ANGEL MANSO

22 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando el marino portugués Wenceslau de Morais dejó su empleo de agregado militar en Macao y se fue a vivir a la pequeña ciudad de Tokushima, en la costa sur del archipiélago del Japón, allá por finales del siglo XIX, comenzó a mandar unas crónicas al periódico portuense O Comercio do Porto, en las que contaba las costumbres y las tradiciones de aquel extraño pueblo. Y una de las cosas que contaba fue la decisión del ayuntamiento de disparar un cañonazo a las doce del mediodía. Esto, que parece una simpleza, cambió la vida de la gente. Instauró la medida del tiempo y con ella la puntualidad —me imagino que todavía bastante laxa—.

Pues eso está haciendo con el calendario el ayuntamiento de mi ciudad. Cuando el invierno se acerca, una flotilla de palas excavadoras levantan una pared de arena que proteja el istmo urbano de las olas que trae la mar gruesa de los días borrascosos y que las toneladas de agua irán deshaciendo en las sucesivas pleamares. Y día a día se mantendrá ese toma y daca en que los palista reponen la arena perdida de los días más bravos.

Luego llega la primavera y, con ella, la tensión de dar el salto —como los mozos de Rocío, que aquí son mujeres jóvenes y sus abuelas— y quitarse la ropa y ponerse al sol de los primeros rayos que calientan. Ese momento llega cuando se retira la montaña de arena y se aplana la playa. Es la señal para que los estudiantes del Eusebio sientan la llamada de las hormonas y comiencen a mirar de reojo a sus compañeras. Es cuando aparece el fantasma del fracaso escolar. Cuando renace la vida.