Siempre que hay noche electoral en las televisiones hay esas tertulias de expertos que dan datos y datos para abrir un poco de luz en toda la nebulosa de la estadística. Pero en esa niebla es imposible hacer una radiografía real de cómo somos los que votamos, a quién le han dado la papeleta las personas solteras, las casadas, los hombres, las mujeres... para poder entender mejor el país que tenemos. Porque tal vez así, hurgando un poco, podríamos comprender algunos fenómenos que se vivieron el domingo. En especial, me interesa saber a qué partido han votado los jóvenes, porque desde hace tiempo se viene observando que, en general, les cuesta identificarse con siglas más oficiales, como el PSOE, que se ha asociado más a una mayoría con viejas preocupaciones. Muertos Podemos y las Mareas, que arrastraban a muchos de esos votantes que se estrenaban, la cosa comienza a ser entonces preocupante. Porque da la sensación, al menos desde fuera, de que la gente joven se ha pegado en España a la ultraderecha de Vox como un camino «antisistema» que les hace cierta gracia. Habría que ver, en rigor, si españoles de menos edad se han arrimado más a esta agrupación y si también son los más próximos a Bildu. Porque de ser así, no hay que responsabilizarlos a ellos, sino a sus padres y a sus abuelos que no hemos sabido explicarles de qué color es el miedo.