
Putin anda por toda Rusia dándose baños de masas y besando niños, cosa totalmente nueva en él. Los comunistas suelen ser muy buenos en lo de organizar muchedumbres: nadie como los chinos o los coreanos del norte para armar mosaicos descomunales en estadios abarrotados sin que una sola cartulina quede fuera de sitio. Los comunistas tienen eso: te ponen en un lugar y no permiten que te muevas. Lo nuevo, en el caso de Putin, es que las multitudes ya no están quietas y alejadas: ahora deja que le achuchen. Ha despertado así, y con la frecuencia de sus apariciones casi simultáneas en puntos distantes, la suspicacia de algunos kremlinólogos que se dedican a jugar a las siete diferencias con sus fotos. La sospecha de que Putin usa dobles es vieja, pero ahora se ha disparado, porque de aquellas mesas infinitas para dos, de aquellos desfiles en solitario por las alfombras rojas de los enormes pasillos de palacio, se ha venido al apretujón y al selfie. De momento, ya han encontrado algún otro Putin a base de cotejar los pliegues y crestas de sus pabellones auriculares: dos personas indistinguibles siempre se diferenciarán en esas formas únicas. Dicen.
Por supuesto, el que besa y achucha es el doble. Hay quien piensa que no quieren matar a Putin, sino a su réplica, para que el verdadero pueda retirarse a disfrutar en paz de su fortuna. En cualquier caso, la actitud de Putin demuestra su debilidad y que necesita recuperar la confianza de buena parte de su país.
Los guionistas saben de la importancia de caracterizar bien a los personajes. Reconfigurar el principal, con la serie ya en marcha, nunca funciona. En Ucrania lo entienden porque gobierna una productora de televisión. ¿Y en España?