Rebelión en los suburbios franceses

Yashmina Shawki
yashmina shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

JUAN MEDINA | REUTERS

02 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Europa no es la tierra prometida, ni siquiera la tierra de acogida que los inmigrantes procedentes de otros continentes esperan para salir de la miseria de sus lugares de origen. Los españoles, en general, y los gallegos, en particular, sabemos muy bien lo difícil que es integrarse en otros países, sobre todo, con los sajones y nórdicos, pero, también, en los de raíz latina, como Francia. 

Por fortuna, los tiempos han cambiado y, ahora, los españoles ya no son los que emigran para desempeñar los trabajos menos cualificados y más duros, sino los magrebíes, africanos e, incluso asiáticos. Todas estas personas que perciben salarios muy bajos y desempeñan esas tareas que los nativos no desean, se ven obligadas a vivir en los suburbios del extrarradio, donde los precios de las viviendas son más asequibles, pero donde también la marginación y la exclusión son endémicas. Barrios cuyos habitantes sienten que se encuentran inmersos en un bucle continuo de delincuencia y que consideran que las fuerzas de seguridad no son tan ecuánimes como en otros barrios más céntricos. La frustración, la falta de expectativas y el desencanto constituyen el caldo de cultivo ideal para la rebelión, en un país, ya de por sí, muy irritado por el descenso de la capacidad económica de la clase media y media baja y el aumento de la edad de jubilación, entre otras cuestiones.

El incalificable asesinato del joven de origen argelino Nahel, a manos de un policía que, presuntamente, le disparó a quemarropa por no detenerse cuando conducía de manera temeraria por un carril bus y sin carné, ha sido la excusa perfecta para que decenas de miles de jóvenes desencantados den rienda suelta a su frustración, quemando todo cuanto encuentran en su camino. Una rebelión que ha puesto, de nuevo, en jaque a Macron, que se ha visto obligado a destinar 45.000 efectivos a una lucha que se ha saldado con más de mil personas arrestadas, muchas de ellas menores, decenas de policías heridos y destrozos millonarios. Las acusaciones de racismo y brutalidad policial se suceden, pero estas no se corrigen, precisamente, con el vandalismo gratuito en los barrios más pobres de las periferias de París, Lyon, Marsella o Nantes, pero tampoco con la contención por la fuerza. Está claro que la integración es cada vez un mito más inalcanzable y que la revisión de las políticas europeas es más urgente que nunca.