Si uno lee a José María Maravall, exministro de Educación y Universidades y director de campaña del PSOE en las elecciones de 1996, podrá recordar cómo desde el Partido Socialista se actuó para afrontar las últimas elecciones de Felipe González a la Presidencia del Gobierno. Fue en ellas donde culminó la disgregación del PSOE entre «renovadores» y «guerristas».
Todo había empezado antes, incluido el cese o dimisión de Alfonso Guerra. Pero desde 1996, donde Felipe perdió las elecciones frente a Aznar, las de la dulce derrota y el ¡Váyase, señor González!, el PSOE se movió por un difícil camino. Aquella «dulce derrota» traída como paradigma de la coherencia de Felipe con su propuesta de que gobierne ahora la lista más votada. Algo inédito en el PP.
Con la elección de Joaquín Almunia, renovador, en 1997 como secretario general del PSOE, no se cierra la crisis. En 1998 se implantan las elecciones primarias que en abril gana por 23.000 votos Josep Borrell. El triunfo de Borrell entusiasma (sic) a Alfonso Guerra, quien no duda en afirmar «hay un líder social clarísimo, lo han votado los militantes en su conjunto, que es José Borrell». En opinión de Guerra, la votación de esas primarias supone «una cierta reparación de una mala noche» en aquel 34º congreso del PSOE que eligió a Almunia. Sin embargo, la felicidad no es duradera, apenas 13 meses, y Borrell se obliga a dimitir por el caso de sus colaboradores implicados en el fraude de la «Hacienda catalana». Joaquín Almunia es el candidato del PSOE. Las elecciones dan la mayoría absoluta a Aznar en el 2000. De nuevo, congreso. Zapatero y sus victorias electorales del 2004 y 2007, parecía que abrían una etapa remozada en el PSOE. La crisis del 2008 y los errores del Gobierno Zapatero lo hunden. Situado Rubalcaba como candidato, sin primarias al retirar Carme Chacón su candidatura, obtiene el peor resultado del PSOE, 110 diputados. Un año después, en el Congreso de Sevilla, se celebra el aplazado enfrentamiento entre Rubalcaba y Chacón. Gana el primero por 22 votos. Dimite en el 2014, luego de la abdicación del rey emérito.
Y es en ese congreso de Sevilla, el 38, donde el PSOE y sus dirigentes tradicionales asfixian la posibilidad de una renovación de la mano de Carme Chacón. Es en Sevilla donde anida una gran parte de la inestable historia a la que se ve sometido el Partido Socialista entre aquel «Váyase, señor González» y el enroque de las tradicionales familias de poder socialista frente a Chacón primero, después Madina y, siempre, Pedro Sánchez.
Si ahora hacen un alto entenderán por qué en España se juega la penúltima partida para que siga la socialdemocracia en Europa. Algo que depende de esos movedizos novecientos mil votos socialistas, incluidos dirigentes de todas las vidas, apostando sin reparo por el Partido Popular, con Vox y sus duros postulados incluidos, frente a Sánchez. Sin darse cuenta de que la socialdemocracia «no es Sánchez, son ustedes».