Tiene Javier García Gaztelu muchas lápidas a sus espaldas. Entre ellas, la de los populares Gregorio Ordóñez y Manuel Zamarreño. También la del socialista Fernando Múgica. Y, cómo no, la de Miguel Ángel Blanco, que fue ejecutado por el asesino. Ese señor, Txapote, se ha convertido en protagonista de la batalla electoral debido a un chascarrillo supuestamente ingenioso, a una frase presuntamente acusatoria. No importa que las palabras escandalicen a las familias. Al fin y al cabo, ¿qué sabrán ellos de ETA? Muy poca cintura. Vaya síndrome de Estocolmo. Ofendiditos. «¡Que te vote Txapote!», se grita en la plaza de toros de Pamplona, levantando el calimocho como si fuera el trofeo de la Champions. Y ese latigazo, que nadie se equivoque, le molestará a Pedro Sánchez y al PSOE, pero a los que más les puede doler es a las víctimas. No hay que olvidar el currículo de los que han llegado a las instituciones desde lugares oscuros en los que se justificaban las matanzas y las extorsiones. Pero tampoco es tolerable esta banalización, esa ligereza de contestarle en redes sociales a la hermana de un asesinado por ETA que se muestra indignada por el coro que le ofrecieron en estos sanfermines con un crudo «que te vote Txapote». A ella. El chiste ha calado entre jóvenes que no vivieron aquellos tiempos y, por lo visto, tampoco quieren enterarse. Siempre la niebla de la desmemoria. Niebla y tiniebla. El olvido ya quedaba en evidencia en Miguel Ángel, aquel reportaje de Jon Sistiaga sobre aquellos días de insoportable cuenta atrás. Preguntaba en una facultad quién era Miguel Ángel Blanco. A alguno le sonaba. Nadie conocía su historia. Ahora otros chavales más jóvenes cantan el nombre del ejecutor. En Pamplona. Donde el terrorismo dejó 27 muertos.