En un futuro próximo Galicia terminará teniendo solo dos estaciones, la de lluvias y la estación seca, con grandes olas de calor como los países tropicales. Por eso estoy haciendo acopio de blusas hawaianas, para que no me coja el toro con las camisas de felpa canadienses y los jerseys de grecas. Yo creo que el clima se ha portado muy mal con los gallegos desde siempre, con crueldad innecesaria; nos ha castigado con frecuencia sin verano, al modo del Yavé de la Biblia, como si en invierno hubiésemos adorado al becerro de oro. Y para mayor escarnio, en las televisiones del Estado nos mostraban sus imágenes del resto del país, retozando en las playas con sus flotadores.
Yo recuerdo meses de agosto perfectamente escoceses, con lluvias pertinaces, en que las masas de turistas se apretujaban en las arcadas de María Pita o bajo los toldos de las heladerías de la Marina dejando las playas vacías y exhibiendo una risa nerviosa con la que intentaban demostrarse a sí mismos que aquello también era veraneo. Pero, querido lector, por mucho que intentemos esconderlo tenemos un problema, como el teniente Furilo con la bebida: aquí llueve.
Por eso a mí cuando los políticos dicen que se preocupan de los temas importantes y nuestro gran problema ni lo mencionan; que hablan del IPC, de las pensiones, de la educación, de la unidad de España... la unidad, já. Que lo sepan, aquí la unidad que nos interesa es la unidad climática y mientras eso no se consiga no contarán con nuestro apoyo.