El viaje me lleva y me trae. El mapa de carreteras es un atlas de autovías que señalan en el GPS el punto de partida y el lugar al que llego. Pero existe una cartografía paralela, complementaria que esconde lo que voy buscando.
Son las carreteras secundarias que trasladan al viajero al valle recóndito, a las rutas del románico, a los pueblos diseminados por comarcas escondidas en donde brotó la vida en medio del silencio.
Son compases armónicos que nacen en una taberna en el mediodía de un domingo viendo crecer el paisaje de una España que se siente orgullosa en su autoestima campesina o mirando al horizonte de su cultura marinera.
Es la España de los cruces de caminos, de las encrucijadas, de los enclaves, cuando se encuentran dos vías y el fin de una es el comienzo de la otra.
Y un crucero de piedra advierte al caminante que esa cruz labrada señala, quizás, el lugar al que acudía el diablo para confundir la ruta a seguir.
Hubo en Galicia alrededor de 15.000 cruceiros, un pequeño homenaje labrado en piedra que es una oración vertical señalando con frecuencia un cruce de caminos. Quedan actualmente más de 10.000 y son las señas de identidad de un país viejo que sabe a ciencia cierta que si «Deus é bon, o demo non é malo».
Comenzaron a levantarse, a fijar la brisa y el viento, después del Concilio de Trento, en el año 1564. Su gran expansión se debió al franciscanismo laico, que divulgó la Orden Tercera, y el camino de Santiago contribuyó a que creciera la gran arboleda de piedra, el bosque de cruceiros populares, con el símbolo de la muerte, la calavera en su base, Jesús crucificado en lo alto de la cruz, y la Virgen madre a su espalda.
Castelao que inventarió de una manera un tanto anárquica, el catálogo de cruces que señalaban el camino en su libro As cruces de pedra na Galiza, sitúa el primero en Melide, aunque posteriormente supimos que el primero que labraron los canteiros fue el de la Ascensión, en Nigrán, datado en 1592.
La mayoría son barrocos, alguno hay de corte gótico, y gran parte se debe a canteros itinerantes. Difícilmente encontramos cruceiros escultóricos salidos de la mano de un artista. Casi todos nacieron de la pericia artesana, de anónimos obreros de la piedra.
Viajar siguiendo la ruta de los vientos, los caminos del aire, cuando la luz de la tarde es un saludo que nos invita a descubrir la otra España, la que resiste feliz donde se cruzan los caminos, es un placer inolvidable.