A estas alturas del verano, las llamadas a los despachos de abogados se reducen considerablemente. La gente está a otras cosas y lo que tenga que pasar suele poder esperar a septiembre. No así en los despachos de letrados matrimonialistas. En estos no solo no se aminoran las consultas, sino que se incrementan. ¿Puedo viajar con el niño sin permiso del padre o la madre? ¿Me tiene que dejar el progenitor que ostente su custodia el DNI o la tarjeta sanitaria del menor mientras esté de vacaciones conmigo? ¿Tengo que pasarle igualmente la pensión alimenticia en agosto si me corresponde pasar con ellos ese mes? Y hay que estar ahí para dar respuesta a esas preguntas, pues para lo que para muchos es una nimiedad, para quien vive la tortura de una ruptura matrimonial esas situaciones son un gran problema. Desde que me dedico al derecho de Familia sé que los hijos son la línea de flotación a los que las antaño parejas se lanzan sus torpedos. Y ese es el problema. Cuando no hay hijos de por medio, un divorcio es pecatta minuta. No hay visitas, vacaciones de los menores, pensiones para los chavales, etcétera. Cada uno toma caminos diferentes y si te he visto, no me acuerdo. No es que el odio del ex sea menor, pero no existe el arma determinante para la venganza. Y es que eso de «hasta que la muerte nos separe» es un cuento chino. A las estadísticas me remito.