
En una semana salpicada por denuncias de violaciones y agresiones sexuales, se publicó ayer el dato para Galicia: estos delitos han aumentado un 30 por ciento, y no somos la autonomía con peores cifras. Sorprende el volumen de atrocidades y, especialmente, que los autores sean tan jóvenes, adolescentes tantos. Aunque han crecido las denuncias, algunas fuentes estiman que representan el 2 por ciento de los delitos reales. Comparece de nuevo la pornografía, consumida cada vez más tempranamente, como una de las causas principales de los números alarmantes. De ahí que figure también como línea de trabajo obligatoria limitar el acceso de los más jóvenes a este tipo de productos, que degeneran en adicciones. Bien, pero no sé cómo se puede conseguir sin acompañarlo de algunos cambios culturales fuertes, porque el acceso tecnológico siempre estará abierto.
La profesora Rosa Cobo señalaba ayer otro remedio: la coeducación. Me extrañó, porque identifico coeducación con enseñanza mixta, que es la única que ha quedado, tanto en la red pública como en la concertada. Así que supuse que entendía otra cosa por coeducación. Quizá esta: «Recuperar todos los aspectos positivos de la cultura masculina y de la cultura femenina y convertirlos en referentes de conducta no asociados de forma dicotómica a un determinado género, de manera que se potencie el desarrollo humano de niñas y niños al margen de estereotipos». El texto, del 2013, procede de un plan director vasco para la «prevención de la violencia de género en el sistema educativo». Diez años después, con medio millón de habitantes menos que Galicia, sufren más violaciones que aquí.
¿Nos atreveríamos a una coeducación diferenciada?