Un gesto de «euforia mental transitoria» que no debe sobredimensionarse

Miguel Juane LÍNEA ABIERTA MIGUEL JUANE MÁSTER DERECHO DEPORTIVO Y EXBALONCESTISTA INTERNACIONAL

OPINIÓN

HANNAH MCKAY | REUTERS

22 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay que vivir el deporte para entender ciertos gestos, códigos, comportamientos y hasta el lenguaje que se utiliza en determinados momentos o en entornos muy concretos. Muy pocos deportistas se expresan igual en un terreno de juego que fuera de él. E incluso, el público que asiste a un evento deportivo se transforma en ocasiones, y personas que son impecables en su vida ordinaria sufren una metamorfosis que las hace irreconocibles, por esa mezcla de liberación, pasión y falta de control que las convierte en personajes iracundos, maleducados o viscerales.

Sin duda, todos entendemos y aceptamos que, en el fragor de una competición deportiva, un jugador se dirija a un compañero de equipo pidiéndole que, por ejemplo, le pase el balón con un exabrupto, un grito o hasta un taco. Y, de igual forma, cuántas veces leemos en los labios de algún deportista algún insulto o descalificación grave hacia un rival o incluso a los familiares de este para reprocharle alguna acción que ha tenido que sufrir o que soportar. Tristemente, hasta el punto de tener que taparse la boca con la mano cada vez que hablan. En ocasiones, en la batalla sale la peor versión de cada uno, respaldada por una especie de lenguaje corporal de intento de demostrar superioridad, de amedrentar al rival o de imponer unos presuntos galones o una jerarquía, bien por antigüedad, ránking o incluso por la mayor aceptación del público. Son códigos no escritos del deporte.

En derecho penal existe la denominada enajenación mental transitoria, que exime de responsabilidad a aquel que haya cometido un ilícito, a no ser que dicho trastorno haya sido buscado a propósito para delinquir. Pues bien, en el deporte hay un fenómeno que puede calificarse como «crispación o euforia mental transitoria», que hace que, ante un determinado hecho, los implicados en el mismo reaccionen de una manera muy distinta a como lo harían en su vida normal. Por tal motivo, vemos, por ejemplo, cómo un tenista estrella una raqueta contra el suelo o, en sentido contrario, cómo un futbolista celebra quitándose la camiseta; o tratándose del público, cómo se ofende de manera grupal a un rival y, en contraposición, cómo se celebra un gol o una victoria con gestos, en todos los casos, que nada tienen que ver con los que se realizan en la vida cotidiana.

Pues bien, en ese entorno tan especial y concreto en el que se producen gestos que llamarían la atención en otros ámbitos, salió la vertiente más desenfadada de un dirigente deportivo, cuando el presidente de la RFEF le dio un «pico» a la jugadora de la selección Jenni Hermoso. Desconozco el grado de amistad y de confianza entre ambos, pero ese arranque de «euforia mental transitoria» debe entenderse en dicho contexto y en la relación que ambos mantienen, que, a buen seguro, se remonta a mucho tiempo atrás y será de gran camaradería y hasta de confraternización.

En esta ocasión se impuso el Luis Rubiales exjugador, con un comportamiento distendido, al Luis Rubiales máximo representante federativo español, el cual debe mantener unas formas y un comportamiento que le reprima ciertos gestos o actitudes, máxime en público y ante una audiencia global y millonaria. Tampoco es habitual que se mantee a un presidente federativo por las jugadoras y, sin embargo, sí que es muy común verlo con un entrenador, cuando el equipo ha resultado victorioso. Así lo hicieron con ambos, demostrando de esa forma la complicidad y camaradería existentes entre todos ellos.

En una sociedad cada vez más restrictiva, más encorsetada y más políticamente correcta, no es fácil discernir dónde debe ponerse la delgada línea roja que separa un gesto absolutamente inocuo de una intromisión en el espacio físico de una persona, más tratándose de un hombre con respecto a una mujer. En cuestiones de protocolo, la Casa Real suele ser un paradigma y una referencia en nuestro país, y, en ese sentido, nos ganaron a todos los gestos de la reina Letizia y la infanta Sofía que, en ningún caso, permitieron, por ejemplo, que las manteasen, pero que, sin embargo, sí que saltaron y se fundieron en muy afectuosos abrazos con las jugadoras y el cuerpo técnico del combinado español.

La propia Jenni Hermoso dijo nada más acabar el partido que eran «las campeonas del puto (sic) mundo». Se podrá considerar una expresión más o menos afortunada, pero no deja de ser una anécdota, al igual que el episodio del controvertido ósculo. Si se sobredimensiona, se saca de contexto, se dramatiza en exceso o, lo que es peor, se instrumentaliza como consigna política o partidista, ya es opción de cada uno; pero lo que no debe ensombrecer en modo alguno es el magnífico trabajo realizado y la dimensión histórica de tan reseñable éxito deportivo. Todo el orgullo y los máximos honores para las protagonistas en el terreno de juego.