Algún político no progresista (esa nueva religión) debería pronunciar un discurso en el callejón del Gato. Está por el Barrio de las Letras de Madrid. En realidad la calle se llama Álvarez Gato, en homenaje a un poeta menor del Renacimiento. A esa pequeña callejuela, Valle-Inclán la hizo universal. Universal y paradigmática. El paradigma lo dejó escrito el maestro en Luces de bohemia: «Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada». La realidad deformada empujó a Max Estrella y Don Latino de Hispalis, protagonistas de la obra, a deambular por el callejón. Los espejos que deformaban las imágenes fueron, y son todavía, una definición de esta España a la que ya casi nadie llama por su nombre. Unos dicen Estado; otros, nación; hasta hay algunos que añaden el adjetivo «opresor» al sustantivo Estado. Sin embargo no todos pronunciamos la palabra España con orgullo de pertenencia a una comunidad. Ni siquiera cuando practicamos deporte. Unos son «la roja» (fútbol). Otros «la familia» (el baloncesto masculino). Unas «las guerreras» (balonmano) y otras «las leonas» (el rugbi femenino). Lo importante es no hablar de España. Y mucho menos presumir de una bandera y de una lengua común. Para qué. España se ha convertido en una deformación grotesca, como el callejón del Gato. La verdad se ha deturpado de tal modo que nos cuesta reconocerla.
A partir de mañana en el Congreso podremos escuchar catalán, vasco y gallego (también aragonés y bable en autotraducción del ponente) y escucharemos o leeremos su traducción a la lengua que conocen todos los que hablan catalán, vasco y gallego. Lo han vendido como un éxito de la democracia y es, en realidad, una muestra valleinclanesca de los tiempos que vivimos. Sigo. Han creado una ley a raíz de la violación de una joven en Pamplona y de momento a uno de los repugnantes violadores (la Manada) le han rebajado un año de condena. Esa es la realidad. Pero en el callejón del Gato resulta que la culpa es de los jueces que ya han excarcelado a 117 agresores sexuales y han rebajado la pena de más de mil. Y nadie ha dimitido (sí ha dimitido, y debía haberlo hecho antes, el zafio Rubiales). Otro éxito de la nueva religión: el progresismo. Sigo. Dicen que José María Aznar incita al odio por decir lo que la inmensa mayoría pensamos, y lo que dicen Felipe González o Alfonso Guerra, entre otros: la amnistía no cabe en la Constitución ni es propia de una democracia avanzada. Más. Se convoca un acto en Madrid contra esa amnistía y los que han quemado calles enteras, y que han intentado perpetrar un auténtico golpe de estado, hablan de «golpismo» de la derecha. Podría seguir, pero creo que es suficiente. Han deformado la realidad de tal modo que ya nada resulta verdad. Solo pretenden que exista «su» verdad. La verdad del callejón del Gato: grotesca, sencillamente.