
A los diarios digitales se les subió a la cabecera a primera hora del jueves la noticia sobre la actuación de la Fiscalía contra el Barça por el caso Negreira. Quedará en nada, me parece. De hecho, ya casi quedó en nada en las ediciones impresas del día siguiente. Pero quizá fue muy útil: borró a Feijoo de las aperturas, rompió el ciclo noticioso del debate de investidura, que se había vuelto desfavorable para Pedro Sánchez y sus aliados. Sobre todo para el presidente, por no haber dado la cara. No descarto que se haya producido una maravillosa casualidad para los intereses del Gobierno en funciones. Aunque si la Fiscalía imputa por cohecho a uno de los grandes del fútbol justo cuando le conviene al autor de aquella pregunta: «¿La Fiscalía de quién depende? Pues eso»… Está bien, la política también incluye saber manejar el flujo comunicativo, programar y contraprogramar. Nada que objetar a la casualidad ni, si es el caso, a la contraprogramación. Pero la Fiscalía no depende del Gobierno, por mucho que Pedro Sánchez lo diga. Esperemos que no se la haya instrumentalizado para un fin partidista.
La sustitución de Sánchez por Óscar Puente también es juego político más que política. El Ala Oeste, Borgen y House of Cards han hecho mucho daño. Ya se celebran esas jugadas como los goles, sin que importe el desgaste de las instituciones, de la economía, del propio tejido social. La política se ha vuelto un disparatado partido de fútbol lleno de hooligans borrachos, dispuestos a perder la salud y arruinarse con tal de que gane su equipo.
Y entonces, el macarrismo: cachetes del concejal al alcalde en Madrid o la presidenta del Parlamento aragonés que niega el saludo a la ministra de Igualdad.