La vida se ve distinta, diferente, según la veo pasar de un lado al otro de mi ventana. Me apoyo en el alféizar, dejo que la tarde entera se quede quieta mientras yo la contemplo, y la vidriera va contando mi estado de ánimo, y el de mi pequeño inmenso mundo, según mi mirada se detiene en el catálogo mágico de los paisajes que aparecen ante mi vista.
Desde la casa de mi pueblo veo pasar a mi antojo la vida según era cuando crecía conmigo y el universo cabía en una cartera escolar que me acompañó llena de letras durante toda mi infancia. Letras y números, geometría y literatura, junto a los libros de historia y los de geografía, que fueron el alfabeto de mis sueños primeros.
Y aprendí a mirar, sin moverme de mi ventana, el mapamundi de los ríos y los océanos, los poemas de Whitman que llenaban la tierra con la hierba en su esplendor, y los cuentos callados de Borges con sus elocuentes silencios.
Podía escuchar los distintos tonos de la lluvia que todos los otoños dejaban siluetas de alfarero improvisado por los bordes de mis botas katiuskas.
La vida caminaba lentamente por la fría cuesta del invierno hasta alcanzar las luces de cristal transparente que anunciaban la primavera
Miro ahora por la ventana azul de los recuerdos y veo a los amigos de entonces reunidos en la Plaza Mayor, aguardando que la noche nos cuente confidencias con la luna de albacea.
Veo lo que quiero ver, que es el paisaje fértil que oculta entre sus pliegues y empaña, la nostalgia.
La ventana de mi alcoba en la vivienda de mi ciudad me conduce al mundo tal cual es, con sus colores grises de la desolación junto a los verdes que presagian la esperanza. Estampas que reproducen el dolor y el llanto, la alegría y el abrazo, siguiendo un camino de ida y vuelta por donde discurre el largo sendero de la existencia.
Ambas ventanas cuentan sin pudor la crónica de la vida, de la vivida y de la imaginada, y son la llave que abre la puerta de la edad provecta, del trayecto final.
Las dos ventanas, con sus cristales mirando fijamente al viento del norte, son las bisagras de mis contradicciones. Se abren en direcciones contrarias, opuestas; una me lleva a la mar de mi pueblo, mientras la otra va ordenando la memoria de otros días, de otro tiempo en que aprendí a dejarlas abiertas para que desde mi ventana, por mi ventana, se colara la vida para quedarse a mi lado.