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¿Cómo reaccionar ante una disminución de los niveles de conectividad? ¿Cómo afrontar una reducción de las conexiones de energía? ¿Cómo responder a situaciones singulares que engloban las potencialidades de futuro? Estas y otras preguntas forman parte de la discusión entre gobiernos, empresarios, sindicatos y académicos de la cornisa cantábrica y de las regiones del norte de Portugal y sur de Francia ante los problemas derivados de una pérdida de las ratios de cohesión económica, social y territorial. Recientemente he tenido la oportunidad de plantear este asunto en un debate sobre las macrorregiones europeas con responsables comunitarios y expertos académicos. En dicha reunión se constató una amplia preocupación por el frenazo en lo que atañe a la convergencia territorial, por el excesivo aumento de la polarización espacial, así como una paralización de la cohesión económica y social al ver como aumentan los desequilibrios regionales.
Muchas regiones europeas han caído en lo que se denomina la «trampa del desarrollo»; es decir, después un crecimiento y convergencia con los promedios europeos, la región permanece estancada. Se debe, fundamentalmente, a que cuatro indicadores registran magnitudes poco acordes con lo recomendable y necesario: son los referentes a la productividad, la tasa de empleo, la inversión tecnológica y los niveles de capacitación y habilidades de trabajadores y empresarios. Ante este panorama, sería aconsejable dar algún paso hacia adelante que sea innovador y que refuerce la potencialidad de cada territorio.
No cabe duda de que muchos espacios europeos poseen rasgos comunes, preocupaciones conjuntas y están diseñando programas de desarrollo muy parecidos. Tampoco se discute las tendencias actuales de la economía global: fragmentación productiva, deslocalización y nuevos ejes del desarrollo. Por eso, en ocasiones, empresarios, sindicatos, académicos y políticos ponen en común sus preocupaciones y se pronuncian en favor de acciones conjuntas en defensa de sus intereses compartidos. Un ejemplo de ello son las reuniones de los presidentes de los gobiernos de las comunidades autónomas del Cantábrico, de los empresarios y sindicatos de la cornisa, o de académicos de distintas universidades, en pos de definir un marco de actuación común.
En este sentido, existe una posibilidad real en el marco europeo. Me refiero a las macrorregiones. Permiten abordar y encontrar soluciones a los problemas de manera conjunta y utilizar mejor el potencial que se tiene en común. Ahora, bajo la presidencia española del Consejo de la Unión Europea, tenemos una gran oportunidad para establecer una macrorregión que sirviera de palanca y que las políticas públicas puedan ser más eficaces en el marco de un espacio transfronterizo por medio de una mejor coordinación de las instituciones y de los recursos existentes.
En Europa ya existen varias macrorregiones (Danubio, Adriático, Báltico, Alpina). Falta, pues, la Atlántica. Galicia podría liderar dicha iniciativa. Los elementos básicos de una macro-región subrayan la identificación de un espacio territorial de diversos países, delimitados por problemas comunes y con una voluntad de poner en marcha una cooperación territorial en un número concreto de ámbitos, basándonos en economías de escala, con innovadores niveles de gobernanza y con acuerdos entre los miembros para lograr nuevas fuentes de financiación.
Las macrorregiones son como una «ingeniería territorial» que sobrepasa los parámetros que definen las regiones o los programas Interreg. Las ventajas de la apuesta macrorregional es que reforzamos las posibilidades y las capacidades de poder ajustar entre los actores implicados una dimensión cooperativa que permite acondicionar las respuestas y desafíos comunes bajo una perspectiva conjunta. Es decir, las macrorregiones participan en la europeización espacial y territorial, ofreciendo la posibilidad de armonizar las posiciones y las políticas bajo un techo común fundamentado en las prioridades europeas.
A Galicia, dicha apuesta le permitiría reforzar sus posiciones políticas, convertirse en un interlocutor privilegiado y poseer una mayor capacidad de negociación. Pero, sobre todo, escapar del mapa de la marginación y del alejamiento de los centros de gravedad político, económico, social, tecnológico y académico. En suma, una apuesta creíble, viable y oportuna.