Gala de los Globos de Oro. Año 2017. Los actores Steve Carell y Kristen Wiig se disponen a dar paso a uno de los premios. «Estamos muy felices de presentar la mejor película de animación. Porque todos amamos los filmes de dibujos animados», aseguran ambos. «¿Recuerdas la primera vez que viste uno?», le pregunta ella a él. «Lo recuerdo muy bien. Tenía seis años y mi padre me llevó a ver Fantasía. Fue una experiencia que cambió mi vida. Cuando salimos del cine, fuera estaba mi madre. Ese fue el momento en el que le dijo a mi padre que se quería divorciar. Y nunca volví a ver a mi padre desde ese día, el día de Fantasía», relata Carell. Ahora le toca a la presentadora. «¿Cuál fue tu primera película de animación?». Y Wiig responde: «Bambi, el 14 de marzo de 1981. Fue el mismo día que tuvimos que sacrificar a nuestros perros. Tres de ellos. El pequeño Jack, Jenny y Chrisy. Mi abuelo pensó que sería bueno llevarnos al cine para que nos pudiéramos evadir pero... Ya sabes... La madre de Bambi... Y esa fue la última vez que vi a mi abuelo». Las carcajadas burbujean como las copas de espumoso de los invitados. Esa muerte de Disney siempre formará parte del altar de los supuestos traumas infantiles de generaciones y generaciones. Hasta Quentin Tarantino, con más tiros cinematográficos pegados que nadie, ha confesado que Bambi fue «demasiado bestia para él» y que no pudo soportarlo. Eso fue parte de su aprendizaje artístico y sentimental. Pero el gore vino después. Es falso ese fotograma que se ha viralizado en el que la madre del cervatillo agoniza sobre un charco de sangre. El plasma nunca fue parte de la obra original. Ni tanto ni tan poco. Porque a esta vida a la carta que exigimos para padres e hijos solo le faltaban las fake news para salpimentar.