Del olvido

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

BRIAN SNYDER | REUTERS

22 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Y mirándola a los ojos, de pie frente a ella, le dijo la más bella de las frases de amor tras una vida entera juntos: «Sé que te he querido mucho, pero no sé quién eres». El viejo poeta, uno de los más insignes de la generación del 27, habitaba el más profundo túnel de las sombras que arropan la desmemoria, ese mal que nos golpea desde una dura y creciente pandemia.

Gabriel García Márquez, que falleció tras un alzhéimer que lo condujo a un laberinto de palabras perdidas, inencontradas, dispersas, incapaz de ubicar sílabas y frases, se refería a la enfermedad que crecía en su cabeza y en su cuerpo provocando el más profundo de los desordenes como «las fisuras de la memoria», mientras Macondo iba desapareciendo entre las brumas del olvido.

Es como cruzar el río Lete, uno de los cinco que recorren el Hades y que las legiones romanas no se atrevían a traspasar en su versión gallega de A Limia, el legendario río Leteo, en la seguridad que si lo hacían perderían todos sus recuerdos.

Millones de españoles sufren el mal del siglo, que avanza a galope arrasando toda la memoria de hombres y mujeres que regresan al silencio de la infancia cuando ya la niebla se instala en su mente, oscureciendo los mecanismos que rigen la memoria. Son las tinieblas que empañan los pensamientos, los mecanismos con los que se han ido construyendo durante toda una vida los recuerdos.

Hoy esta columna no es amable, no pretende encubrir ni edulcorar la enfermedad del silencio, la que además de la memoria nos hace perder las habilidades, nos limita, nos invalida para los más elementales ejercicios cotidianos, y que se va construyendo en las distintas fases por las que pasa un juguete roto incapaz de reconocerse a sí mismo. Es un calvario compartido, para quien padece el innombrable mal y para quien permanece a su lado ejerciendo de amoroso o abnegado cuidador.

La ciencia, la medicina, no ve resquicios sanadores que ayuden a vencer el mal del olvido a corto plazo. No existen medidas terapéuticas para paliarlo y los ejércitos de enfermos, como las legiones romanas, viven una cierta reclusión compasiva en residencias especializadas, carísimas por cierto, donde ven cómo se detienen los días en el mirador estático de su ventana. Un conocido y famoso pianista se olvidó de interpretar las partituras y no supo reconocer los sonidos en las teclas del piano; la música se convirtió en silencios que corrían sin rumbo por el teclado. Todo fue olvido.