Los neoliberales, que lo copian todo de Estados Unidos, son muy de Halloween. Sin cuestionarse que la tradición sea pagana, cristiana o cristianizada, les sirve tanto para honrar a las brujas como a todos los santos y difuntos. Si para ello hay que echar mano del miedo o del terror, se tallan calabazas y se montan juegos macabros. Si conviene que los niños vayan aprendiendo el leitmotiv, se les disfraza y envía por las casas para coaccionar a los vecinos con lo de truco o trato; el truco es una amenaza en caso de que no haya trato, es decir, pago en metálico (euros) o en especie (caramelos).
Los trabajadores viven la etapa neoliberal como una larga noche de Halloween. Comprueban que ha calado una supuesta flexibilidad que se traduce en la individualización de las relaciones contractuales y el retroceso de los derechos laborales. Así, Carlos Slim, multimillonario que se benefició de privatizaciones a precio de saldo promovidas por gobernantes neoliberales, se permite decir que la reducción de jornada propuesta por Pedro Sánchez y Yolanda Díaz es una tontería, que lo suyo sería organizar turnos de trabajadores de tres días semanales, a razón de 12 horas diarias, y alargar la edad de jubilación hasta los 75 años.
Los neoliberales asumen que en el sistema capitalista el trabajador ha de ser explotado. Saben que, además de la explotación derivada la propiedad de los medios de producción, el explotador tiene a su alcance métodos para la obtención de plusvalías mediante el poder de organizar a los demás. El keynesianismo compensaba a los trabajadores con el pacto social y la negociación colectiva; incluso les había convertido en consumidores, evitando así las temidas crisis por exceso de producción del capitalismo industrial. Ya en fase de capitalismo financiero, los neoliberales hallaron una vía de consenso social mediante lo que Brenner denomina keynesianismo a precio de activos, distribuyendo la capacidad financiera entre la ciudadanía y sustituyendo la negociación colectiva por acuerdos privados entre la banca y unos clientes a los que hace creer que son gestores de carteras de activos. Así las cosas, la lucha de clases interesa menos que la noche de Halloween.