De vísperas

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

Ãlex Zea | EUROPAPRESS

16 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando el tiempo inicia su cuenta atrás aparecen en el horizonte próximo las vísperas, los días previos, lo esperado y deseado, el temblor expectante de lo que está por llegar, cuando ya las jornadas felices pueden tocarse con las manos.

Aquellas vísperas eran la certeza de los momentos prometidos en el calendario de las fiestas aguardadas. El corazón del invierno nos traía la Navidad y nos dejaba el misterio del gozo compartido.

A la entrada del pueblo una estrella de latón alumbraba en su cola de cometa el mensaje que nos deseaba felices pascuas; el cielo era malva y las estrellas verdaderas ensayaban guiños cuando la noche proclamaba un gloria a Dios en las alturas.

Ensayábamos para la gran noche el Adeste fideles y Noche de paz, mientras los peces bebían en el río y andaba la marimonena anunciando que pronto sería la Nochebuena.

A la entrada de la casa, los padres habían puesto el nacimiento, que este año incorporaba a dos soldados romanos custodiando la entrada al palacio de Herodes. El río era un papel de plata con meandros párvulos donde nadaban los patos. El musgo del pesebre tenía un aroma de lluvia reciente.

Aguardábamos la cena de la noche más grande del año, la que nos recordaba que tal día como este nació en Belén el niño Dios. Para la república infantil, lo mejor de la cena era siempre la Misa del Gallo, que nos reunía en la iglesia después de las doce de la noche en un festival de incienso y villancicos.

A la mesa estábamos todos, los abuelos y los tíos, los primos y nuestros padres. Casi no cabíamos en la casa de los abuelos, y un perfume de col y bacalao aromatizaba el aire. El capón solo se comía esa noche, aunque para mí el plato preferido eran los entremeses variados, de tan grato recuerdo.

El festín para los mas pequeños eran los postres, los turrones del duro y del blando —y un año alguien trajo una exquisitez de yema tostada que provocó entre la grey infantil un alboroto colectivo— y la serpiente de mazapán que era la reina de la mesa.

A los postres se sentaba con nosotros la tristeza, y no entendíamos bien, en el centro de la alegría, la nostalgia por los ausentes. Desconocíamos por entonces los códigos secretos de la melancolía.

Atrás, muy lejos, quedaron aquellas vísperas. Ya nada se parece a la mirada con que veíamos llegar la Navidad, que habita junto a nosotros envuelta en los recuerdos de un tiempo en el que fuimos inmensamente felices. Volvemos a las vísperas y en algún lugar de la memoria suena de nuevo aquel himno que proclamaba una noche de paz.