El siniestro espectáculo de lo que sigue ocurriendo en la Franja de Gaza parece acogerse cada vez más a la definición de una matanza indiscriminada. La población autóctona gazatí, inicialmente bombardeada por Israel en el norte y empujada así hacia el sur, fue luego bombardeada también en el sur y, posteriormente, en el centro. Todo lo cual responde a la dirección política y militar del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que no ha dejado de manifestarse como un verdadero halcón.
La realidad de los hospitales bombardeados en la Franja de Gaza tiene una difícil explicación. Piénsese que, de los 35 que estaban activos, 26 ya no funcionan y nueve lo hacen parcialmente. Asimismo, el agotamiento de combustible para las ambulancias también es causa de que mueran muchos pacientes. Y ya no falta quien diga que se ha llegado a un punto de no retorno. Porque cuando se habla de 212 ataques contra instalaciones sanitarias y se denuncia que decenas de médicos siguen retenidos, muchos en paradero desconocido, se están sobrepasando límites que deberían ser infranqueables.
Nadie niega las responsabilidades de los combatientes de Hamás, verdaderos responsables del inicio del conflicto, que ha provocado la dura respuesta militar de Israel. Pero sí que es difícil asumir la crueldad resultante, que nadie ha querido o sabido atajar. El resultado es una tragedia con unos márgenes vergonzantes de crueldad, con violaciones sistemáticas de los derechos humanos y largas series de atrocidades.
Las cifras que se facilitan bailan una danza letal, con más de 22.000 palestinos muertos, entre ellos unos 7.000 niños. ¿O son más todavía? ¿O son menos? ¿Quién garantiza que estas cifras son correctas? Es verdad que esta guerra nunca debió empezar, porque podía preverse que degeneraría en una matanza. Israel no es culpable de haber iniciado el conflicto, pero sí lo es de no haberlo reencauzado. Lo dijo bien un almirante judío en la reserva, antiguo responsable del espionaje: «Tendremos paz y tranquilidad el día que ellos tengan esperanza». Pero un Netanyahu cada vez menos popular ha asegurado que la guerra puede seguir aún durante muchos meses más. Entretanto, el asesinato en el Líbano de Saleh al Aruri, el número 2 de Hamás, ha venido a empeorarlo todo.