En el mundo civilizado está prohibido vender órganos o sangre. Se decidió, con muy buen criterio, que eso no podía ser un negocio, que había que evitar que se formara otro mercado de la carne. Y se optó por una política de donación altruista, que no diferenciara entre ricos y pobres. No siempre fue así. En tiempos de aquel régimen tenebroso que tanto añoran los que no lo sufrieron, se podía comerciar con la sangre.
Aquella práctica fue prohibida por ley en los 80, tras la llegada de la democracia. Una norma parecida nos urge ahora. Tenemos que evitar que jóvenes, necesitados o desinformados vendan datos biométricos de gran valor, como el iris, a empresas como Worldcoin.
Esta firma llevaba dos años poniendo tenderetes en centros comerciales. Y ofreciendo un puñado de criptomonedas de dudosa ley a cambio de algo precioso, una de las escasas partes de nuestro cuerpo que nos hace únicos. ¿Con qué fin? Puede que no hagan nada con esa información privilegiada en un primer momento, sobre todo tras la tarjeta amarilla que les sacó la Agencia Española de Protección de Datos. ¿Y a largo plazo? Si llega un día que necesitemos nuestro iris como mecanismo de acceso a cuentas bancarias o a nuestra casa, la seguridad de esos alegres e inconscientes 400.000 ciudadanos puede estar comprometida. Y podrán lamentarse. ¿En qué estaban pensando? ¿Venderían un riñón si fuera legal?