En la lista Forbes no figura ningún jeque árabe del petróleo entre las 100 primeras fortunas del mundo. Sin embargo, las estimaciones más convincentes de los expertos indican que la generación diaria de recursos de esos países sería en torno a los 6.000 millones de dólares, lo que podríamos considerar el cash flow libre, es decir, algo así como el beneficio antes de impuestos, teniendo en cuenta que los impuestos los fijan ellos mismos. La cifra es descomunal.
La razón de la ausencia es obvia, parece que no les gusta estar en la primera línea de la opinión pública. Por tanto, en un mundo como una libre circulación de capitales, se destina la inversión a las principales compañías de los países desarrollados. El objetivo será obtener una rentabilidad importante a unos capitales que más tarde o más temprano, a través de las de energías alternativas, dejarán de crecer. Por ello, necesitarán rendimientos sustitutivos. Las estimaciones de la inversión árabe en Europa nos indican que en el Reino Unido se superan los 48.000 millones de libras, en Francia unos 26.000 millones de dólares y en Alemania unos 24.000 millones de dólares. En España esta entrada de capital es menor y ha llegado más tarde. Pero no se ampara en una suerte de exitosos resultados económicos, sino en una necesidad importante de invertir. En cualquier caso, se está haciendo cada vez más grande: el 8,9 % de Iberdrola, el 4,87 % de Telefónica y, ahora, una posible opa al 100 % sobre Naturgy por parte de Emiratos Árabes. Ello afecta a sectores que podíamos considerar estratégicos para nuestro país. Por lo que es necesario efectuar un seguimiento. No por su origen, sino por su destino prioritario.
La entrada de los capitales árabes en los países desarrollados de Europa podría también valorarse en otro sentido, como un intento de influir en las decisiones políticas de esos Estados, amparados en su fortaleza económica en el ámbito doméstico. Así, el país europeo con mayor impacto de la inversión árabe es Gran Bretaña, que se desayuna con un primer ministro, un alcalde de Londres y un ministro principal de Escocia musulmanes. Esto representa, por una parte, a la propia población inglesa de ese origen, y, por otra parte, a la influencia económica de los países árabes en Gran Bretaña. Curiosamente, el nombre más utilizado para los recién nacidos en Gran Bretaña es Mohamed. Es a la vez un camino de internacionalización económica y demográfica, que simultáneamente puede coincidir o no con una nueva forma de colonización económica. El resultado depende, en el ámbito económico, de las salvaguardas que puedan establecer los gobiernos sobre sus sectores estratégicos, sin prejuicio a la diversidad. Esta es una operación que, lenta pero permanentemente, está produciéndose en el entorno de Europa. Siempre, con la aquiescencia evidente de todo aquello en lo que es capaz de influir el poderoso caballero que decía nuestro insigne Francisco de Quevedo: «Es galán y es como un oro, tiene quebrado el color; persona de gran valor, tan cristiano como moro».