«Acampada en la facultad de Historia: qué chabacanería más cutre»

OPINIÓN

Sandra Alonso

22 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Acampada en la Universidade de Santiago

Desde hace unos días se celebra en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidade de Santiago una asamblea abierta. La idea inicial residía en convertirse en un foco de presión al rectorado para un corte de las relaciones universitarias con Israel. Sin embargo, en la práctica, a lo que se está llegando es a una polarización y a un distanciamiento general del verdadero objetivo inicial: la defensa del pueblo palestino.

Parece que hay cierto secretismo a la hora de publicar las resoluciones decididas en conjunto. Conglomerados de carteles inundan las paredes de la facultad dejando claro «no fotos, no vídeos». La prensa tiene prohibido entrar a la asamblea y las actas no se publican en ningún lugar. La mesa que conduce el debate está lejos de ser un órgano de portavocía y control. Bajo una autodeterminación, asumen solemnes, desde la superioridad que les otorga la tarima, quién habla y quién no, y qué es procedente y qué no. Cuestiones banales se han debatido: ahora ya no solo hay un aula ocupada, ahora hay aulas destinadas a «reuniones», «espacio social» o incluso «comedor». Papeles que en las puertas denominan qué función tiene cada aula. Quizá mañana, cuando regrese a mi facultad, me encuentre con una sala donde pueda ver una película o descansar con mayor tranquilidad. No fuera a ser que en los pasillos en los que se acumulan los colchones y tiendas destinados a la inconclusa acampada, y por los que discurre la gente, no puedas dormir tranquilo.

El conflicto palestino-israelí se está convirtiendo en el telón de fondo que decora la obra, una asamblea que no responde a las verdaderas demandas de los estudiantes, que no permite debates entre nosotros, ante el recorte de tiempos y una censura jerarquizada desde la mesa que, si no está en sintonía con una opinión, la califica de «no procedente».

Tensiones entre sindicatos también parecen darse. Qué irónico que uno de los mayores sindicatos estudiantiles de la ciudad (Erguer) no contase con ninguno de sus miembros entre las sillas de la mesa que preside la asamblea. Qué extraño que no haya transparencia en las actas, qué extraño que se controle quién entra y quién no en la facultad, y qué raro que en medio de griterío y voces se decreten cuestiones redundantes. Qué chabacanería más cutre. Quizá la falta de mentes críticas se evidencia en dicha asamblea. Quizá el propósito inicial de las protestas se perdió hace unos días, y ahora solo queda un directorio extraño que parece decidir absurdamente los ritmos banales de unas acciones superfluas. Jordi Femenía.

Las ciudades son para los ricos

El mercado de la vivienda y los alquileres son prohibitivos. En las ciudades gallegas ya es casi imposible alquilar por debajo de los 500 euros, con salarios mensuales que rondan los 1.300 o 1.400 euros; es decir, el alquiler se come casi el 40 % del total. Si a esto le añadimos que apenas hay oferta de vivienda social, la situación, sobre todo para los jóvenes que desean emanciparse e iniciar una nueva vida, es casi un milagro. Muchos se mudan de vivienda una media de dos veces al año por no poder hacer frente a los costes. Todo queda en suspenso, el mercado inmobiliario determina las relaciones interpersonales y eso es obsceno.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Todas las administraciones han pasado de puntillas y ahora se les «hace bola» el problema y no saben cómo atajarlo. El aumento de los precios, el incremento de la desigualdad, la escasez de viviendas asequibles, la proliferación de pisos turísticos y los inversores extranjeros son el resultado de décadas de políticas de vivienda más que cuestionables. Si es difícil encontrar un hogar seguro, la gente deja de formar familias, echar raíces, construir un futuro para desarrollarse y prosperar, con lo cual pierden toda perspectiva y sus vidas se congelan. ¡Ese es el problema! Rosendo Fernández González. Ribadavia.